La exposición de Miki López en el CMAE ha logrado un récord de visitas diarias. Me alegro por dos motivos: uno, por mi compañero y, otro, por el enorme interés que suscita ese instante supremo del reporterismo que es la fotografía. Miki López, no les voy a descubrir nada que no sepan, es un fotógrafo excepcional, creativo y poseedor de una técnica sobresaliente. Pero es también un periodista observador de la jugada. Eso es muy importante, porque la jugada cuando se trata de la noticia o el rasgo del perfil humano que toca retratar se produce a veces a la misma velocidad que una ráfaga de viento, por lo que conviene estar atento para no quedarse fuera de juego.

Las fotos, muchas de ellas deslumbrantes, de Miki López han atraído a más de un millar de personas, algo menos que las exposiciones de renombrados artistas como Chillida, Tàpies y Barceló, pero todo ello teniendo en cuenta que estas últimas muestras se prolongaron durante el doble de tiempo. Se puede entender, por tanto, que en igualdad de condiciones nuestro pequeño maestro hubiese superado en interés de público a sagradas figuras del arte.

La fotografía es, como el cine, un oficio del siglo XX que concita la curiosidad del momento. En «Asturias, siglo XXI», la serie de LA NUEVA ESPAÑA que el fotoperiodista realizó en colaboración con Eduardo Lagar, Miki López ha sabido captar la esencia rural y también el medio urbano, que en esta región producen contrastes insospechados por la cercanía. Uno sale de la ciudad y apenas tiene tiempo para darse cuenta de que se encuentra en el campo. El mismo tiempo con el que cuenta el periodista para saber interpretar y acompasar la dicotomía informativa, de la luz y del color.

Asturias, nos lo han contado Miki López, Garci y Gonzalo Suárez, en sus películas, tiene una luz especial. Pero, al mismo tiempo que es agradecida para el retrato, el paisaje hay que saber fundirlo con el paisanaje y acertar con el instante. Todo eso es lo que Miki López sabe entender. Para muestra, su exposición.