Primero los bancos, que son los que tienen los dineros, piden ayuda a los gobiernos para no perder ni un céntimo de un dinero que, por otro lado, ya poseen; luego la industria del automóvil solicita también un óbolo; en el EE UU pre-Obama la industria del porno también dice que pierde dinero y solicita ayuda; en España, más cañí, la SGAE y demás filibusteros, que dicen haber nacido perdiendo y que hasta Nerón cantaba sin pagar derechos, en lugar de pedir ayudas económicas prefieren solicitar la patente de corso para pisotear, a placer, derechos constitucionales y humanos; en las Cuencas, no podía ser de otra forma, el asunto se reviste de esperpento y una amnesia especialmente selectiva.

Las sidrerías, que en mi época eran el asilo de la progresía y la alta «society», se sienten amenazadas por la proliferación de vinaterías -una vinatería es un lugar donde hay vino para vender, una vinoteca es un armario para las botellas- al amparo del nuevo snobismo de sentarse en un tonel a beber vino y aparentar que se domina el tema; yo, personalmente, no distingo un vino de otro y lo tengo por honor y orgullo, mucho más hay bajo el sol que saber y aprender, como decían los griegos -incluido aquel Diógenes que en lugar de sentarse a beber en un tonel vivía dentro de uno- que «todo conocimiento que no alivia el sufrimiento es pura vanidad»; todos tenemos un primo o un tío que presume de dominar el asunto de las bebidas espirituosas al que le hemos dado una botella gran reserva llena de vino peleón, y el buen hombre, inocente y ajeno a nuestra maldad, hizo el ridículo en la cena navideña elogiando las virtudes de aquel caldo.

La moda porqueriza de comer pipas al tiempo que se toma sidra y se deja la calle como una urbanización de Gaza tras una expedición israelí, se ve desplazada por la moda hipermegasuperpija de tomar vino en plena calle haga frío, llueva o sol; en mi época había un par de paisanos en mi pueblo que hacían eso de beber en la calle y no lo teníamos por elegante, pero hacerlo con un pedazo copa que para sí la quisieran muchos curas a la hora de consagrar y un platillo de patatas fritas de bolsa o garbanzos cocidos duros es de lo más «fashion».

Lo que más gracia me hace es que la amenaza del vino a la sidra no cuenta toda la verdad, que la amenaza viene porque muchos de estos nuevos negocios están diseñados para la ganancia, la pérdida ya la tienen cubierta con la subvención y, de eso, las sidrerías recientes saben mucho... En los fatídicos años que fuimos gobernados por aquel Hércules atado a las columnas parlamentarias que fue Sergio Marqués -DEP-, se incentivó y subvencionó la apertura y promoción de sidrerías... claro que eso está feo decirlo, pero sobra con echar un vistacillo a las fechas de repunte del sector y verán cómo todo cuadra, 2+2=4, aunque algunos nos quieran convencer de que son 3.

Pero no hay por qué preocuparse... el snobismo es moda y la moda pasa; pronto, lo guay, lo consumista, lo aborregante y despersonalizante será sentarse en una bacinilla en medio de la calle a comer potitos, así nos parieron y así somos.