Al emperador Tiberio, un día, se le ocurrió acumular dinero en las arcas del Estado, venga acumular y acumular y acumular, como los bancos actualmente, con el tiempo el dinero en circulación era tan escaso que se produjo una elevación masiva de los precios, la gente no podía comprar a precios tan elevados, con lo cual las ventas eran tan bajas que los precios subían aún más y la economía se colapsaba; la solución fue muy sencilla: convencer al libertino emperador de que soltase el dinero y ¡zas!, de la noche a la mañana los precios bajaron y la economía volvió a funcionar.

Es evidente que esta anécdota es un mero cuento y que no se puede comparar con la situación económica actual, la economía de ahora es mucho más complicada -o eso nos quieren hacer creer hablándonos con palabros muy raros-, además en aquella época había hombres y mujeres de verdad, no alfeñiques, y a los tontos no se les nombraba ni ministros, ni directores generales ni nada parecido o, cuando se hacía, se ponía a un listo cerca para equilibrar, ya saben aquel emperador que nombró cónsul a un Pepiño y puso un caballo para que le vigilara; es decir, por cada Bermejo un caballo, por cada Magdalena una cuadra. La historia ya apuntaba maneras de lo que está ocurriendo, como ya las apuntaban los economistas clásicos: Smith, Keynes, Ricardo? pero esos son muy antiguos y ya no se leen en las facultades, ahora los cerebros de la economía son los Rato, los Solbes, los Pozeros, los del Proder? y así nos luce el pelo; por cierto, se dice que cuando el gafe de Solbes lo deje igual traen a Almunia, ¿lo siguiente qué será? ¿El Pozi de ministro de Hacienda?

Mientras las cosas iban relativamente bien los sacerdotes del mercado, los periodistas derechosos, los empresarios de verdad y, también, los de conferencias, cubiertos y manteles clamaban ¡liberalismo! ¡liberalismo!, que el Estado encogiese la cabecita y se metiese en alguna madriguera, que no hiciese nada, todo para la res privata, menos maderos y más seguratas, menos médicos en los ambulatorios y más en lo privado, menos servicio público y más privatización? Y ahora que las cosas están mal, ¿qué es lo que dicen? Justo lo contrario: que intervenga el Estado, y cuanto más mejor, que les compre los pufos o, cuando menos, que se los cubra, que les dé dinero, pero que no les controle, que les ayude, que legisle para protegerles frente a acreedores y trabajadores, en definitiva, que cree una suerte de «estalinismo capitosto». Si durante cuarenta años tuvimos un aborto de fascismo nacionalizante en el que unos cuantos, los mismos que ahora, se pusieron las botas, ¿por qué no probar con otro feto?

Tiberio aprendió la lección, aflojó el dinero que acumulaba en los sótanos del Senado y obligó a los judíos a dar préstamos, claro que Tiberio no estaba a sueldo de estos protobanqueros como lo están ahora nuestros líderes y nuestros partidos. Paco Martínez Soria decía en una de sus pelis «La ciudad no es para mí»; los liberales -que no los libertarios liberales- dicen, ahora, que las ven negras «El liberalismo no es para mí»; solo les falta la boina.