En estos días, previos al 1 de mayo, me acuerdo de los muchos que no son compañeros del metal, ni devotos o sufridores de Villa y el SOMA. De los que no tienen colegio profesional, ni familiares estratégicamente establecidos. Pienso en los que solamente podrían salir a la calle portando una bandera con su cara, perfectamente dispuesta para que se la partan. En los que ni siquiera son inmigrantes, perjudicados por el cambio de ciclo económico. Celebro a los que piensan que el Inem no sirve para nada y brindo por aquellos cuya vida laboral parece un capítulo del «Quijote», que abruman a la funcionaria de turno en espera de que la impresora deje de escupir hojas de tiempos parciales, medias y cuartas jornadas, obras y servicios o quimeras de autónomo. Me acuerdo de los que no entran en ninguna estadística, porque son la excepción que confirma la regla de que lo que no da votos es sistemáticamente olvidado por los políticos y los sociólogos. En estos días, previos al 1 de mayo, tengo un pensamiento para los opositores, que palidecen ante los apuntes, mientras los meses y las ilusiones se escapan por el sumidero de los días perdidos. No olvido a los que no pueden alegar ser mujeres o ni siquiera jóvenes, a los que no tienen ni Dios, ni patria, ni rey, ni tampoco carné de partido, porque a cada una de las siglas le podrían sacar los colores. Cavilo en los que no existen, porque empresarios sin escrúpulos se niegan a darles de alta, y en los que, bien a su pesar, no tienen otro remedio que bucear en la economía sumergida, sin deberes pero también sin derechos. Rememoro a los que calientan sistemáticamente los asientos del Alsa, buscando algunas oportunidades que siempre pasan por Villalpando. Pienso en los que no se rinden, en los que no son representados por ningún sindicato de clase ni de curso. En los que se tienen que expresar extraoficialmente en la lengua de sus mayores, esa que a muchos nos fue extirpada por una educación ignorante y abusadora. También evoco a los que se tienen que fundir aquello que no tienen en certificados de estudios, cotejos, compulsas, autentificaciones, tasas, sellos y pólizas diversas, a beneficio de la burocracia. Si ninguna medida anticrisis que favorezca a los que se quemaron las pestañas entre libros y exámenes. A todos ellos les guiño el ojo desde este espejo de tinta, que diría el maestro de Paniceiros. La primavera está rompiendo a la vuelta de la esquina y seguro que ninguno de los granos de arena de nuestra playa de San Lorenzo tuvo nunca la esperanza de venir a caer en un lugar tan hermoso. Volverá la «Semana negra» y las verbenas, y podremos orinar de nuevo bajo las estrellas a despecho de la autoridad y el decoro. ¿Qué más se puede pedir?