Opinión | Horizontes nuevos

José Luis Martínez Sacerdote jubilado

Dos actitudes de fe

n Cuando por encima de los hechos milagrosos está la firme esperanza

Marcos escribe su Evangelio para facilitar la fe de su comunidad. Su intención es mostrar que Jesús de Nazaret es el Mesías enviado por Dios. El evangelista nos presenta a Jesús, a quien le obedecen los elementos, calmando la tempestad en el mar de Galilea. Jesús tiene poder sobre la enfermedad. Jesús, nos dice Marcos, «curó a muchos que adolecían de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios, a quienes no permitió hablar, pues le conocían».

Entre las numerosas curaciones, el Evangelio de Marcos nos presenta hoy la curación de una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre, y la resurrección de una niña, hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. El Evangelio destaca, por encima de los hechos milagrosos, la fe de los protagonistas, la mujer curada y el padre de la niña resucitada.

Según los esquemas sociales de aquella época, la mujer, afectada por una enfermedad vergonzosa, estaba enterrada en vida a causa de la impureza legal por los flujos de sangre. No podía participar en el culto, tenía que renunciar a toda clase de cercanía humana, no le estaba permitido tocar a nadie. Sin embargo, tiene la osadía de tocar el manto de Jesús.

Esta mujer, enferma y, según su sociedad, impura, con su fe sencilla, nos recuerda cómo hay que acercarse a Jesús, con una confianza de niños, para alcanzar la salud y llegar a la fe plena. La fe es una actitud de confianza en una persona, una postura de entrega, de firme esperanza.

Acudamos a Jesús con la fe de Jairo: «Ven, Señor, pon la manos sobre ella para que se cure y viva», le dice el padre desconsolado; con la fe de la hemorroisa, «si logro tocar aunque sea sus vestidos quedaré curada».

Las palabras de Jesús, llenas de ternura y de ánimo, no se hicieron esperar: «Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad». «No temas, sólo ten fe», le dijo Jesús al padre de la niña.

Jesús, como siempre atento, solícito y cercano, nos consuela, nos cura, nos libera y nos protege siempre, sobre todo cuando depositamos en Él nuestra confianza.

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