No ganamos para innovaciones. Ayer sobrevino el primer apagón analógico de la televisión y hoy no sé si se habrán dado ustedes cuenta de que al despertar del sueño -que es la materia de la que estamos hechos, pues nuestra pequeña vida, como la del Michael Jackson, termina durmiendo, según dejó dicho el Bardo-, al despertar, decíamos, hemos encendido la lamparita de noche y su luz ya no era la misma que ayer; y la vibración de la maquinilla de afeitar también era otra; y el brillo de la vitrocerámica tampoco era el mismo.

Hoy, ¡oh progreso de los tiempos!, la electricidad de nuestras vidas estaba ya totalmente liberalizada. También será un poco más cara, pero vamos ahora al dato de esa liberalización del mercado energético de la corriente, y a que cuando algo se hace más liberal en este país lo corriente es que no lo notemos.

Hace años que se liberalizó el mercado de los carburantes. Pues bien, salvo escasas excepciones, las gasolinas nos cuestan lo mismo en cualquier parte. Ocasionalmente, alguien cuenta que en el kilómetro nosecuantos de un páramo alejado hay una gasolinera que tarifa menos. Por tanto, lo comido por lo servido.

Así que la corriente ha pasado hoy a ser más liberal que ayer. ¿Qué hay de nuevo? Podremos elegir entre varias compañías que ofrecerán diferentes tarifas, y puede que ofertas. ¿Han recibido ustedes un solo papel, un solo tríptico, un solo anuncio de dichas ofertas?

No hay prisa. El mercado será liberal, pero ante todo ha de ser indolente y perezoso. Vale la pena citar una vez más la gastada frase de Lampedusa: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Todo cambia. Tránsito del yugo a la libertad. Incluso se ha establecido una tarifa de último recurso (TUR) que, como su nombre indica, será a la que se agarre el mercado. Lo corriente es que este país sea liberalmente mezquino. Pobres de nosotros.