Me ha decepcionado Manuel Pinho, el ministro de Economía portugués, obligado a dimitir después de insultar a un diputado haciéndole el signo de los cuernos desde su escaño en el Parlamento. Me ha decepcionado por pertenecer a un pueblo al que tengo todo mi respeto y siempre he admirado por la buena educación de sus vecinos. Y, también, me ha defraudado Pinho por su falta de ingenio. Sobre todo por esto último.

Para llamar a alguien cornudo, si uno está dispuesto a correr el riesgo, es necesario hacerlo con elegancia. Siendo tan evidente, lo único que se consigue a ciertas edades es el ridículo. ¿Qué es eso de ponerse los dedos a uno y otro lado de la frente para simular el astado del toro?

Ahora que vuelve a estar de actualidad Agustín de Foxá, a Pinho no le vendría mal conocer la anécdota que el escritor y diplomático protagonizó en compañía de Ciano. Asistía Foxá a una recepción, cuando el yerno de Mussolini se le acercó para reprocharle su propensión alcohólica.

-Foxá, le va a matar la bebida-, le dijo.

Y Foxá le respondió:

-Y a usted, Marcial Lalanda.

Llegados a este punto, es necesario aclarar para el que no tenga una cultura taurina que Lalanda era uno de los toreros de moda en aquel momento. De modo que ya podrá el lector comprender cómo se puede llamar a uno cornudo sin tener que incurrir en la zafiedad del ministro de Economía portugués.

Es verdad que el Hemiciclo de São Bento no permite la corta distancia que una recepción diplomática, pero dudo que el tal Pinho supiese aprovechar la oportunidad de tildar al adversario político de cornudo sin hacer el «ridi» y poner en aprieto al Gobierno del que forma parte. Bono no se lo habría pasado. El hecho de que el dimitido sea ministro de Economía tampoco lo justifica. Solbes, a lo más que llegaba cuando le interpelaban era a aflojarse el nudo de la corbata.