El nuevo Sur está en el Noroeste. El periodista y escritor catalán Enric Juliana sostiene en su último libro, «La deriva de España», que el cuadrante que forman Asturias, Galicia y provincias de Castilla y León como Zamora o Palencia es «la España que envejece, que se despuebla y que por su ubicación geográfica afronta un futuro sin grandes oportunidades logísticas y sin capacidad de ofertar una jubilación soleada a millones de pensionistas europeos con fondos suficientes para comprar una residencia en el Miami hispánico». En el caso concreto de Asturias, describe una región con un millón de habitantes «formateada por el sindicalismo», fundamentalmente el del SOMA-UGT de José Ángel Fernández Villa, que «se las tiene que ver con el eclipse de la minería, los astilleros y la siderurgia», suma unos 25.000 trabajadores prejubilados y ha establecido un fuerte nexo con la Monarquía pese a su pasado «republicano e insurreccional».

La tesis principal se presta a la discusión y el matiz, como ha podido comprobarse en el debate abierto por LA NUEVA ESPAÑA, pero alerta de importantes problemas comunes a las regiones limítrofes con Asturias e invita a reflexionar sobre las debilidades y fortalezas de un territorio que, pese a no ser homogéneo, comparte retos en un momento particularmente difícil por la recesión, la consiguiente escasez de recursos públicos y el fin de las ayudas europeas.

El cuadrante Noroeste representaba en pleno apogeo del desarrollismo franquista el 15 por ciento de la población española. En 2006 apenas superaba el 11 por ciento, con el agravante de la dispersión. Asturias es en este momento la segunda región más envejecida de España, detrás de Castilla y León, pero es también proporcionalmente la autonomía con menos jóvenes del país y una de las que menos inmigrantes reciben. La explicación general hay que buscarla en el lento desarrollo económico y la secular escasez de oportunidades. Si vamos a lo particular, Asturias difiere de su entorno por su condición de referente industrial venido a menos y se asemeja a otras regiones europeas antaño prósperas que corrieron su misma suerte. Las medidas adoptadas para favorecer la natalidad, caso del «cheque bebé» o la innovadora iniciativa pongueta de dar dinero a las familias de fuera que se asentasen en el concejo han resultado onerosas para las arcas públicas, exóticas en el caso de Ponga, e ineficaces. El resultado es una región donde dentro de dos o tres generaciones no habrá recambio: el problema no será el paro, sino encontrar a gente para trabajar.

Los analistas europeos auguran que la zona de mayor dinamismo económico durante las dos próximas décadas seguirá siendo, si la crisis no lo altera, la formada por buena parte de Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos, Alemania, Austria y el norte de Italia. Una especie de pentágono que penetra en España por la costa atlántica francesa hasta el País Vasco, y por los Pirineos orientales hasta Cataluña, Valencia y Madrid pasando por Zaragoza: el próspero eje del Ebro.

El Noroeste queda lejos de la España mejor conectada con los mercados europeos y, por lo tanto, al margen de los principales flujos de riqueza, que coinciden en gran medida con los principales ejes del transporte por carretera y de la Alta Velocidad. Dentro del Noroeste, Asturias está en tierra de nadie. Tiene cultura industrial, una economía cada vez más diversificada, un porcentaje de empleo industrial superior a la media española y sectores competitivos como el energético, el tecnológico, el medioambiental, el químico y el agroalimentario, pero necesita completar su red de infraestructuras terrestres, ferroviarias y marítimas para no quedar descolgada. Y, sobre todo, tener capacidad de iniciativa para buscar soluciones.

La capacidad de crecimiento de la economía asturiana, cada vez más parecida a la española o la europea desde el punto de vista estructural, no cubre las necesidades que plantea una población envejecida y dispersa. Corre además el riesgo de verse lastrada por la quiebra de la solidaridad interregional en que nos han metido los privilegios del País Vasco y Navarra y el deseo de emulación de Cataluña, y por los retrasos en la ejecución de los tramos pendientes de las autovías, en la financiación del gran Musel y en la llegada del AVE. La caída de la recaudación, el aumento del gasto social como consecuencia de la crisis y las torpezas propias por algunos despilfarros (ahora la Autovía Minera del tándem Marqués-Tielve comienza a ser cuestionada) reducen el margen de maniobra de las administraciones públicas para acometer inversiones. No hay dinero para todo ni para lo que quieren todos, por mucho que se empeñen.

En estas circunstancias, la nueva financiación autonómica o las decisiones aún pendientes sobre la alta velocidad ferroviaria se presentan como asuntos de importancia capital para nuestro futuro. Asturias, sin ministros en Madrid por primera vez desde la Transición, demanda un liderazgo político y social para defender con valentía sus intereses ante un Gobierno de la nación que ha perdido tiempo, recursos y autoridad intentando un imposible, que es contentar a todos, pero cediendo siempre ante Cataluña en una actitud irresponsable de incalculables consecuencias. La recesión traerá muchos problemas -ya lo está haciendo-, pero también oportunidades para quienes estén mejor preparados cuando amaine el temporal. Asturias parte con desventaja respecto de otras regiones de España y también del Noroeste. El desafío es descubrir dónde pueden estar las oportunidades, pelear por ellas y construir un futuro para que después de la crisis la región no quede arrinconada en ese nuevo Sur del que habla Juliana.