Mariano Rajoy ha dicho, a propósito del tesorero, que no acepta chantajes. A más de uno se le habrá iluminado la bombilla, porque chantaje es la palabra que sirve para explicar lo que ha sucedido con la financiación autonómica. Mejor dicho, es una de las palabras que nos resarcen de este batiburrillo indescifrable de los números que el Gobierno se niega a desentrañar sin ofrecer las debidas explicaciones. Lo contrario obligaría a pedir disculpas por desatender los principios de equidad en el reparto del dinero del contribuyente.

¿Acaso no es un chantaje lo que ha practicado el tripartito catalán para conseguir la parte del león de los famosos 11.000 millones adicionales de Zapatero? Pues, claro que es un chantaje, desde el momento en que el Gobierno cede para obtener el suficiente respiro parlamentario a cambio de comprometer el futuro de los españoles en las circunstancias más críticas e inciertas para el país de los últimos años. Manuel Chaves ha dicho que Cataluña no ha recibido ni más ni menos de lo que le corresponde. Pero, al mismo tiempo que los políticos de Esquerra se felicitan por haberle ganado el pulso al Gobierno que supuestamente nos representa a todos, el vicepresidente tercero no explica, por ejemplo, por qué un catalán recibe casi el triple que un asturiano del nuevo fondo de financiación.

Lo único que, al parecer, les preocupa a los ministros del Ejecutivo de Zapatero es la «catalanofobia», que el propio Gobierno se ha empeñado en fomentar una y otra vez cediendo a las presiones: o sea, al chantaje de sus socios en la Generalitat.

Evidentemente, no hay que confundir la ambición insolidaria de unos políticos y la irresponsabilidad de otros con el sentir de todo un pueblo, pero ¿qué quieren que piense el contribuyente español, en general, ante la falta de explicaciones, la confusión de conceptos y la maraña de cifras? Yo, desde luego, no estoy dispuesto a descorchar cava y brindar con Puigcercós.