Este es el título de un maravilloso libro de Manuel Espadas Burgos, doctor en Historia y profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que fue entre 1997 y 2006 director de la prestigiosa Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, una de las instituciones culturales españolas con más solera y tradición en la Ciudad Eterna. Con fotografías de Juan Carlos García Alía, el libro fue publicado por Lunwerg en 2006. Dice el profesor Espadas: «En mi caso (...) venir a Roma y vivir en Roma y, en consecuencia, conocer Roma han estado entre los objetivos de mi vida profesional». La visitó por primera vez al final de sus años universitarios, pero fue a partir de 1977 cuando esta ciudad se incluyó en su programa de trabajo. Entonces comenzó a constatar lo que él considera una evidencia: que en Roma, «a cada paso, se hace presente España».

Espadas analiza un amplio período de más de 2.000 años de historia que se inicia con el examen de la huella de Hispania en Roma -los Balbos en la época republicana, los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio, los escritores hispanos y San Dámaso- y que llega hasta el exilio romano de Alfonso XIII. Entre esos dos momentos, separados por más de veinte siglos, el profesor Espadas recorre los hitos hispanos en la Roma medieval y rememora los años de los papas Borja -Calixto III y Alejandro VI- cuando la Roma del Renacimiento vuelve a ser la capital del mundo y la Urbe por antonomasia. O, como llegó a decir Fernando el Católico, «la plaza del mundo».

Espadas busca la huella de España en Roma. Para ello recuerda el saqueo de la ciudad por las tropas del emperador Carlos V en 1527, los años de San Ignacio de Loyola en esta ciudad, la presencia de España en la época barroca cuando aumentó considerablemente el número de canonizaciones de españoles: fray Diego de Alcalá en 1588, S. Raimundo de Peñafort en 1601, las cuatro de 1622 -Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Ávila e Isidro Labrador, canonizados junto al italiano Felipe Neri- y S. Juan de Sahagún en 1690. Más tarde, en 1767, sería canonizado S. José de Calasanz. En la vida de muchos españoles insignes, como Quevedo, Velázquez y el místico Miguel de Molinos, Roma ocupó un espacio muy singular.

La presencia de españoles en Roma durante los siglos XVIII y XIX también es notable. Basta citar a Leandro Fernández de Moratín y a José Nicolás de Azara, así como el exilio italiano de Carlos IV iniciado en 1812, tras sus años en Marsella. Con su mujer, María Luisa de Parma, residiría primero en el magnífico Palazzo Borghese -sede hoy de la Embajada de España en Italia- y luego en Verona para, desde 1815, volver a Roma, al palacio Barberini en un primer momento y junto a la iglesia de S. Alejo, en el Aventino, después. Ambos morirían en 1819: María Luisa, en Roma, en enero, y Carlos IV, en Nápoles, pocos meses después. Godoy también vivió en Roma muchos años, en el hermoso palacete de Villa Mattei o Celimontana, hasta que en 1830 se trasladó a París.

Emilio Castelar, uno de los presidentes de la I República Española, gran admirador de Italia, visitó el país en numerosas ocasiones, vivió exiliado en Roma tras la crisis de 1866 y escribiría un libro memorable titulado «Recuerdos de Italia». Castelar fue también el fundador de la Escuela Española de Bellas Artes en Roma en el año 1873, que después se llamaría Academia, aunque el decreto fundacional fue firmado por Nicolás Salmerón. Por ella han pasado numerosos artistas y pintores españoles: Francisco Pradilla, Valentín de Zubiaurre, José Benlliure y Gregorio Prieto. Entre sus directores figuran José Casado del Alisal, Mariano y José Benlliure y Ramón del Valle Inclán.

Tampoco hay que olvidar que Alfonso XIII vivió los últimos años de su vida en Roma, en el Grand Hotel, muy próximo a la plaza de la Esedra, donde moriría el 28 de febrero de 1941. En Roma se casó su hijo don Juan de Borbón con doña María de las Mercedes en 1935 y allí nació, el 5 de enero de 1938, quien luego sería Rey de España con el nombre de Juan Carlos I. El cardenal Pacelli lo bautizó en 1938, pocos meses antes de convertirse en el papa Pío XII. En Roma vivió muchos años Rafael Alberti y aquí escribió su famoso libro «Roma, peligro para caminantes». En la capital de Italia residieron muchos años dos grandes hombres españoles de la Iglesia del siglo XX: Josemaría Escrivá de Balaguer, de 1946 a 1975, fundador del Opus Dei; y Pedro Arrupe, superior de la Compañía de Jesús, de 1965 a 1983. Escrivá solía decir: «Me siento romano porque romano quiere decir universal».

Y concluyo. Es fácil buscar a España en Roma. Allá donde vas se advierte la profunda huella que nuestro país ha dejado en la que por muchos ha sido considerada capital del mundo. Es lógico porque España ha sido y es uno de los grandes países que han conformado el mundo de nuestros días. La historia de Roma y la marca profunda que España ha dejado en ella son una buena prueba de la significativa contribución que nuestro país ha dado a la Historia de la Humanidad.