El avilesino Fernando Morán, ex ministro socialista de Asuntos Exteriores, contó no hace mucho, en unas memorias suyas en este periódico, cómo llegó a pensar que podía hasta pegarse con Margaret Thatcher el día en que le transmitió lo importante que era Gibraltar para España. El tono de firmeza diplomática mantenido hasta ahora por los sucesivos gobiernos de la democracia sobre el espinoso asuntos colonial del Peñón quedó ayer interrumpido bruscamente con la foto de Moratinos, on the rock, sonriendo al lado de su homólogo británico y del ministro Peter Caruana.

Para Morán, el contencioso de la Roca ha sido un asunto especialmente sensible. En un arrebato de ingenuidad se sabe que llegó incluso a plantearse pedir ayuda a Reagan para recuperar el territorio en manos británicas. La misma sensibilidad han tenido quienes le precedieron en el palacio de Santa Cruz y, también, los que vinieron después, hasta llegar al reconocimiento tácito que ahora se hace de las autoridades de Gibraltar con la negociación de ciertos asuntos que jamás deberían hablarse con el Gobierno de un territorio cuya soberanía se reclama desde hace tres siglos. Da igual los asuntos que sean, informáticos u otros, y que el derecho soberano sobre el Peñón no se haya tratado en la reunión de la que han sido testigos algunos turistas, varios llanitos y la colonia de monos.

El Gobierno, supongo yo, intentará contrarrestar las críticas a esta claudicación de la firmeza calificándolas de «patrioterismo barato». Normalmente es lo que hace. Las quejas por la financiación se saldan con el argumento de la «catalanofobia» y, en este caso, a los lamentos por la dignidad arrastrada no les cabe mayor desdoro que el del patriota de hojalata. ¿No es así?

Hablamos con frecuencia de los trajes de los políticos, pero los que gobiernan en este país siguen empeñados en hacernos todos los día uno que no se acopla a las medidas. Nunca hemos estado tan mal vestidos por Gobierno alguno.