Al tiempo que ustedes leen esta columna sabatina se está gestando un evento que no tiene lugar en nuestra ciudad desde hace más de cuarenta años. Hoy, festividad de Santiago Apóstol, el santo patrono de España saldrá por las calles de Sama a darse un garbeo en loor de multitudes, y en esta ocasión no lo hará como Santiago matamoros montando su blanco corcel como lo hiciera en la batalla de Clavijo al lado de Ramiro I de Asturias, sino que paseará sobre costal apoyado en su larga cayada adoptando un rol menos beligerante como es el de peregrino. Tomará la actitud relajada y observadora del caminante, muy lejos de aquélla agresiva y discriminatoria que, en tiempos oprobiosos ya lejanos y en el olvido, nos hacía ver todo lo revestido de santidad como algo épicamente sobrenatural. Jacobo, que es su nombre originario, rememorará tiempos pretéritos -los últimos que contemplaron su salida del templo- y observará, quizás incrédulo, cómo los próceres de la sociedad civil ya no le siguen bajo palio, cómo se han acabado las mantillas y brazaletes, y verá una sociedad menos estratificada, más libre e igualitaria. Mirará hacia una sociedad distinta de la que conoció hace varias décadas.

Durante su tournée salmerona, el hermano de Juan el Evangelista precederá a quienes rigen los destinos de esta tierra y sabrá que se ha puesto fin al sometimiento femenino porque le secundarán más individuos(as) de este género. En su última salida no ocurría esto, ¡qué conquista!, pensará. Cuando en otros tiempos, si alguna fémina acompañaba la cabecera de su séquito era «la señora de?"» hoy entrado el siglo XXI muchas mujeres encabezarán el desfile y éstas serán doña Esther, y las doñitas Patricia, Cristina, Nakira y Lucía, estrellas de la fiesta las cuatro últimas, sin menospreciar a la primera. Mirará hacia el cielo y preguntará al Jefe: «¿Pero qué es lo que ha pasado aquí?» y éste le responderá telepáticamente: «Santi, hace mucho que no sales. Así que calla y observa». Proseguirá su periplo procesional y sus santos ojos no darán crédito a lo que habrán de ver: una nueva ciudad, un pueblo que ya no da la espalda, sino la cara, al río que le da la vida, modernidad, avances tecnológicos, atención social a los mayores y, sobre todo, el brillo de la esperanza en los ojos de las gentes de este lugar asturiano que fue, a decir del poeta, verde de monte y negro de minerales».

El hijo del Zebedeo volverá a su sitial entre los santos muros del templo y reconsiderará su excursión por nuestras calles. Tomará una santa determinación: «Nunca más permaneceré enclaustrado, ya que hacen una fiesta en mi honor, ¿por qué no voy a participar en ella?». De esta forma no les extrañe a ustedes si en estos días se cruzan con un paisano de inquisitiva mirada que parece como si quisiera absorber la vida en un instante. Les advierto de este extremo porque esta misma mañana nos hemos encontrado con él y nos ha preguntado por dónde se iba al Carbayu. Sin duda, quería hacerle una visita a la madre del patrón que, como todas las damas, está más avezada a salir de romería. Aprovechando la circunstancia Duke le ha pedido que, ya que las autoridades no nos hacen mucho caso, por qué no le solicitaba a la santa patrona, de parte del pueblo langreano, un recinto para Sama donde puedan celebrarse actos multitudinarios, como el reciente pregón, sin que los asistentes tengan que morirse de frío, ni aguzar el oído para poder escuchar la disertación de los intervenientes. ¡Felices fiestas!