Un domingo cualquiera, del presente mes de noviembre, a eso de la hora en que terminan los partidos de fútbol, ilusionado porque este año parece que el Sporting no va a pasar muchos problemas para mantenerse en la «Liga de las estrellas», me dirigí a ver una «peli» que, según me habían comentado, era muy buena o un «coñazo». Vale, que había división de opiniones, como en la fiesta nacional, de dudoso acierto y gran tradición.

Era «Ágora», de Amenábar. He de decir que me gustó el valiente planteamiento de la misma. Lejos de ser un ataque frontal contra el Cristianismo, como vieron algunos de los sectores más ortodoxos de la Curia, era un enfrentamiento directo contra la sociedad civil corrompida hasta los tuétanos; tanto monta si los extrapolamos a la actualidad. Arremetía contra, las mil y una veces, mal entendida discrepancia moral, contra la imposibilidad de dar una opinión contra la aparente norma y, mucho más allá, contra quienes, basándose en principios píos o banales, dictan las directrices de vida de todo «bicho viviente», homínido, bípedo y parlante, más o menos racional, sobre la tierra.

En una sociedad como la nuestra, supuestamente desarrollada, sin parangón, y muy lejana la Alejandría de Hipatia, o lo que es lo mismo, el siglo V después de Cristo, todas las opiniones razonadas y coherentes deben tener cabida y las decisiones, consenso. Pero parece que siempre se nos olvida, muy a menudo, que tenemos que establecer ciertos días al año para recordar los mártires que se quedan en la batalla diaria de la igualdad y el progreso. Por ejemplo, el 25 de este mes de noviembre es el elegido para que los desmemoriados recordemos que todos los seres humanos somos iguales, en esta fecha, sin distinción de género. Es decir, que mear sentado o de pie no es lo importante. Se eligió este día allá en Bogotá, en 1981, durante el primer encuentro feminista en Latinoamérica, recordando el mismo día de 1960, cuando tres hermanas activistas fueron asesinadas en la República Dominicana del dictador Trujillo. Eran las hermanas Mirabal, de justicia es recordarlas; a ellas y su valor. Así la ONU establece la oficialidad de la conmemoración en 1999.

Lo más lastimoso del tema es que, seguramente, a lo largo de cualquiera de los segundos que contenga ese día, alguna Hipatia sufrirá las piedras de la inconsecuencia, los puñales de la ignorancia o el olvido del despecho mal digerido y atragantado en las fauces de algún macho herido en su orgullo. Mal está la sociedad que discierne santorales diversos para ser fieles a las causas justas. Ni qué decir tiene lo que pasará en la tan próxima Navidad, donde todos somos más solidarios; o el sorteo millonario de? donde todos esperamos que nos llueva el oro, mientras con la boca pequeña gastamos más euros en papeletas de solidaridad. Hay hipótesis antropológicas que explican los comportamientos solidarios desde el punto de vista de la relación costes beneficios; lo que más o menos sería: «No me muevo por el vecino sino saco algo a cambio». Tampoco comulgo con esta opinión; creo que existen personas de loable comportamiento social, aunque pocas y quizás en retroceso. Y para evitar su extinción algo hay que hacer. Pensándolo bien, quizá no esté mal este tipo de recordatorios en el almanaque anual. Eso sí, no olvidando que los demás días del año han de ser, como el jueves, milagro.