Ayer, 25 de noviembre, la Universidad de Oviedo conservó la memoria en torno a su patrona, Santa Catalina de Alejandría. De la vida de la santa, envuelta en brumas de leyenda, se cree que el «Archiepiscopus Hispalensis» Fernando de Valdés eligió la rueda con que fue torturada para incorporarla a su bello blasón arzobispal. Probablemente ese dato sea, al mismo tiempo, apológico. Pero lo innegable es que bajo la advocación de la santa, a la muerte del Arzobispo, quedó íntimamente unida a la Universidad una casa de recogimiento y clausura para doncellas del Principado.

Efectivamente, en el documento otorgado por el Inquisidor en Madrid el día 28 de noviembre de 1568, ante Alonso de Doriga y Arenillas de Reinoso, se dejaba determinado: «Y ansimismo le ago con cargo e grabamen que sean obligados perpetuamente reparar siempre xamás e sustentar y sustenten una casa de recoximiento e clausura en la dicha çiudad de Ouiedo, en que aya dos o mas mugeres [?] en cuya compañía puedan estar y estén las hixas de personas veçinas de cualquier parte del Obispado de Ouiedo, para que allí estén recoxidas y deprendan la doctrina christiana y buenas costumbres, e a labar, coser, e ylar y escribir y contar y otros exerçiçios birtuosos...».

Así disponía Valdés la fundación del que sería llamado Colegio de Santa Catalina de Alejandría o de Huérfanas Recoletas de Oviedo, a cuya obra y mantenimiento destinaba la cantidad de 1.500 ducados y 200.000 maravedíes, nombrando además a los cargos directivos. El establecimiento, construido en la antigua calle del Campo (hoy San Francisco), vería aprobados sus primeros estatutos el 9 de marzo de 1676, de la mano de insignes catedráticos como D. Tomás Serrano de Paz, D. Plácido de Quirós, D. Juan Caballero y D. Francisco Pola Argüelles, quienes fijaron minuciosamente las disposiciones correspondientes al régimen del colegio.

Tras diversas vicisitudes ya a finales del XVIII, las deudas y la ruina del edificio obstaculizaban el sostenimiento del colegio, que a punto estuvo de ser clausurado si no fuera porque dos becas del Principado, antiguas rentas y algunas donaciones y limosnas, lograron mantenerlo a flote. Además, el Colegio se vio favorecido por la predilección que hacia él sentía el Sr. Rector Mata Vigil. Tras la crisis de las conocidas alteraciones bélicas y sociales, una nueva reforma del rector Sr. Salmean en 1884 salvó al establecimiento de la ruina y casi veinte años más tarde el rector D. Félix Aramburu, su sucesor, seguiría sus pasos restaurando la fachada del edificio y poniendo todo su interés, junto con la junta claustral del patronato, en mejorar la situación de las colegialas y procurarles carrera o profesión de porvenir.

Con posterioridad, lo mismo que sucedió con el San Gregorio, complementando la política iniciada sobre colegios mayores universitarios, por decreto del 10 de abril de 1942 se crea, bajo el rectorado de Álvarez Gendín, el Colegio Mayor femenino de Santa Catalina, quedando afincado en el n.º 1 de la calle Marqués de Gastañaga donde, como sabemos, estuvo instalada la institución gregoriana. El 3 de noviembre de 1943 el rector nombra a «Carmina» Vázquez, licenciada en Derecho, directora interina percibiendo, además del disfrute del internado, 150 pesetas mensuales. El colegio fue inaugurado el día de la festividad de Santa Catalina de Alejandría en el curso de 1943, pasando dos años más tarde a ocupar el que fue palacio del Marqués de la Rodriga en el n.º 9 de la calle de Campomanes, resultando confirmado, en esa época, el puesto directivo de Carmen Vázquez por el Ministerio de Educación Nacional el 29 de septiembre de 1945.

Quedó así instalado el colegio en su nueva radicación con 50 internas a cuyo cargo, además de la directora, se hallaban una administradora, un capellán, una profesora de idiomas, una profesora de labores, un auxiliar administrativo, un conserje, un jardinero, una ama de llaves, un auxiliar para la central de teléfono, una primera doncella y ocho doncellas. La actividad colegial de las conocidas como «Catalinas» consistía, al margen de los estudios que las alumnas cursaban en la Universidad, en clases de labores, canto, danza, idiomas y pintura. Ello venía completado con la asistencia al «Centro Obrero», donde explicaban algún tema de cultura y formación, al mismo tiempo que los domingos y festivos, en caritativa tarea piadosa, servían la comida a los niños acogidos en el Hogar de San José.

Consolidada, en buena medida, la actividad colegial, pareció de mejor satisfacción pasar de la simple posición de inquilinato a ocupar en propiedad el edificio. Por Orden de 18 de septiembre de 1946 se dispone la adquisición por el Estado «de la finca situada en la ciudad de Oviedo y su calle de Campomanes, núm. 9, donde se halla instalado el Colegio Mayor de Santa Catalina, por el precio de 1.425.000 pesetas», cuyos propietarios eran los hermanos Cañedo y González Longoria. Para la firma de la correspondiente escritura de compraventa se autorizaba en esa misma disposición, representando al Ministerio, al magnífico y excelentísimo señor rector de la Universidad de Oviedo, a cuyo favor se libraba la cantidad relativa al precio.

El acuerdo no estuvo exento de problemas con los propietarios que por diversas causas reclamaron, por vía judicial, una indemnización, llegándose en segunda instancia a dictar sentencia por la entonces Audiencia Territorial de la ciudad de Oviedo el 23 de julio de 1951. Interpuesto recurso de casación por la Administración, tras diversas negociaciones se llegó a un acuerdo transaccional con los propietarios del inmueble, fijándose la indemnización en 250.000 pesetas para ser abonadas a los señores Cañedo y González Longoria, y por virtud del cual se procedía al desestimiento del recurso de casación, previa satisfacción de la indemnización señalada.

Probablemente los contratiempos anteriores determinaron que la compraventa no llegara a consumarse, ya que en virtud de escritura otorgada el 22 de agosto de 1956 ante el notario don Enrique de Linares y López-Dóriga, los sucesivos herederos segregaron la casa n.º 9 con el jardín cocheras y cuadra a favor de la Asociación Católica denominada «Institución Teresiana», pasando a constituir la finca registral número 42.246, inscrita al folio 154 del libro 621, inscripción 1.ª del Registro de la Propiedad de Oviedo.

En el aludido año de 1951 y por razones de su futuro matrimonio, la directora Dña. Carmen Vázquez propone al rector a M.ª Teresa Vázquez, licenciada en Ciencias Químicas, para que ocupe el puesto que ella venía desempeñando en el colegio, comunicándosele posteriormente -a través del Rectorado- que el 31 del pasado mes de enero la Junta de Gobierno había acordado designar a la «propuesta por Vd., en segundo lugar, a la Srta. Dolores Vigil Escalera, administradora del Colegio». Sin embargo, los acontecimientos consecutivos fueron muy distintos, pues el rector comunicaba al Ministro el 11 de noviembre de 1953 que la Junta de Gobierno de la Universidad en su sesión del día 6 de ese mismo mes había propuesto a M.ª Antonia Rodríguez Castelo, licenciada en Filosofía y Letras. Cursado al Rectorado el cese de Carmen Vázquez por el director general de Enseñanza Universitaria, efectuado el 15 de diciembre de 1953, justo al día siguiente resultaba nombrada oficialmente M.ª Antonia Rodríguez directora del colegio.

El centro acabó ubicado, finalmente, en el edificio que había ocupado el antiguo sanatorio Laredo situado en la avenida de Galicia, contando con especial tutela durante el rectorado de D. Teodoro López Cuesta. Pero el equipo rectoral posterior, que no parecía tener claro qué hacer con los colegios mayores, acabó clausurándolo y en el curso 1984-85 las colegialas «Catalinas» tuvieron que alojarse en el Colegio Mayor América, transformándose éste en mixto, de lo que pude ser testigo como subdirector del mismo.