El proyecto audiovisual Convergentes es ambicioso. Trata de documentar el proceso creativo (algo ya de por sí bastante complejo) de músicos y escritores asturianos, de modo que de la fusión entre ellos surjan piezas poético-musicales. Su director y su guionista (Óscar Fernández y Noemí Camblor) presentan la idea con el mismo entusiasmo con el que yo me sumerjo en ella, así que cuando me proponen participar en el proyecto junto a Jorge Martínez, desempolvo algunos vinilos de «Ilegales» y cintas TDK terriblemente grabadas en los ochenta, y me pregunto si esa imagen de tipo duro que lleva años alimentando (más de medio siglo) será sólo una pose y trabajar con él me deparará alguna sorpresa.

Jorge afirma en un concierto que el rock es «un ejercicio de arrogancia». Pienso que la poesía también encaja en esa definición, lo que me parece un buen punto de partida para nuestra convergencia. En un encuentro fugaz («Ilegales» en pleno proceso de lanzamiento de un nuevo disco, yo con prisa) intercambiamos mis libros de poesía y sus discos. Volvemos a vernos el día del rodaje, esta vez en una suite de hotel, y su guitarra y amplificador acompañan a mis versos en una idea que empieza a perfilarse.

En un tercer encuentro, en el palacete familiar del siglo XVI que le sirve como local de ensayo e inspiración, las horas que ejerce de anfitrión me muestran a un Jorge Martínez en estado puro. Casi dos metros de altura, voz digna de las ondas radiofónicas que se desgarra, ligeramente, cuando lo acompaña el sonido de la guitarra, Jorge conserva en ocasiones el porte aristócrata heredado de sus antepasados, en otras, sin embargo, resulta de lo más irreverente. Se mueve así, de un extremo a otro, sin ninguna sutileza. En su compañía escasea el silencio, las anécdotas se suceden una detrás de otra, y se ajustan a la perfección a todos los tópicos predecibles: sexo, drogas y rock'n'roll. También gusta de lo escatológico y lo políticamente incorrecto. A veces deja entrever una faceta de niño grande, sobre todo cuando habla de su colección de soldados de plomo, o nos cuenta procaces desventuras de su niñez. Posee una fascinante colección de guitarras, y a cada una de ellas le acompaña una historia. Durante el ensayo la pieza experimenta un tira y afloja, músico y poeta insisten en arrastrarla a su terreno y todo queda (por gracia de la convergencia creativa) en algún punto intermedio.

Será el sábado 19 cuando el teatro Campoamor acoja el recital con las ocho piezas surgidas de este proyecto. Del imprevisible resultado seremos testigos participantes y público, y en pleno rodaje, entre los focos y las cámaras del equipo de Convergentes, seremos, además, todos protagonistas.