En las democracias de verdad -y ninguna otra como EE UU- el primer cumpleaños de mandato se puede convertir en un cabo de año. Que se lo digan a Obama, que acaba de perder la mayoría absoluta en el Senado. La tan cacareada reforma sanitaria quizá vuelva a los corrales sin ni siquiera un puntazo.

Obama, presidente de los malentendidos y equívocos, llegó a la Casa Blanca por querencia racista. El voto blanco se distribuyó en los márgenes habituales entre él y McCain, pero el voto negro se fue en masa para el de Hawai-Chicago aunque no sea negro.

Ni europeo pero, presidiendo un país que nos da veinte vueltas, se empeña en imitar a este viejo y torpe continente.

En su haber, el hecho de que sus dos colaboradores más inmediatos -y, por lo tanto, con más poder- sean, en Exteriores, Hillary Clinton -con la que se pasó meses de terrible pelea política-, y en Defensa, Gates, que ya ocupaba esa cartera con Bush. Una doble opción que indica que Obama es un tipo superseguro, se rodea de los que más valen aunque puedan superarlo con creces. Un patriota. Es lo fundamental, todo lo demás se da por añadidura.

Por eso, aunque su programa sea demagógico, podrá sacar adelante al país, que obviamente tiene su ración de crisis; en su caso, enorme porque allí todo es a gran escala.

En política de defensa, que tratándose de EE UU es planetaria, ya se ha dejado de pamplinas y está haciendo lo que hay que hacer.

Y como lo mejor que se puede hacer con la demagogia es abandonarla y como los americanos del Norte no tienen ni un pelo de tontos, pasado el primer año de inevitable embeleco, dudo que acepten que su dinero destinado a sanidad se lo gestione el Gobierno de forma impepinablemente catastrófica.

Hablando de qué es fundamental para una nación procede recordar que hoy, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, tendremos un fantástico programa doble de patriotismo: Rosa Díez y Gustavo Bueno.