Tanto el PSOE gobernante como el PP opositor han tenido en los últimos días situaciones ingratas que afrontar. Por supuesto, son más graves las del PSOE, responsable de la gobernanza del país, que ha visto acumularse algunos de los peores datos posibles de la marcha económica: paro y previsión de que aún irá a peor, déficit más allá de lo deseable, inflación en crecimiento rapidísimo, y, por si faltara algo, el ya llamado «pensionazo», ante la necesidad de hacer frente al gran miedo que suscitan unas cuentas de la Seguridad Social que amenazan ruina, como consecuencia de la reducción de las cotizaciones de los trabajadores. El comité federal del PSOE se vio este sábado ante esa situación ingrata, descrita por su líder, Zapatero, y no parece que tuviera más remedio que darle su apoyo y mostrar, una vez más, su solidaridad con el Gobierno que representa al partido. ¿Qué otra cosa podría hacer?

Es evidente que son malos, malísimos tiempos para el PSOE gobernante y para su líder, y es fácil de entender que tal como están las cosas no haya quien quiera recoger esa bola de fuego y conducirla a buen puerto. Es decir, a la solución de muchos problemas acumulados en los dos últimos años, y de los que Zapatero y su partido confían en empezar a salir sin excesiva tardanza. Lo antes posible. Pero ¿cuándo sucederá tal cosa? ¿Cuándo, de verdad, lo peor habrá pasado? Porque parece evidente que la credibilidad del líder empieza a hacer aguas, incluso para no pocos de los militantes de su propio partido.

En cuanto al PP, también ha cosechado en estos últimos días algunas torpezas y desengaños propios, que, naturalmente, trata de disimular apuntando las desgracias de las que no nos salva el Gobierno. El PP de Rajoy ha visto, de nuevo, el encontronazo de aguirristas y gallardonistas, hasta el extremo de que los primeros prefirieron dar una silla en el consejo de Caja Madrid a IU antes que confiarla a un gallardonista, calificado, por si no bastara, de «hijoputa» por la «lideresa» madrileña. El PP, al mismo tiempo, veía cómo terminaba de cumplir su amenaza el diputado Manuel Pizarro, presentado hace un par de años como la gran esperanza y la representación más viva de un fichaje de lujo. Pizarro se ha ido apagando y aburriendo en un escaño irrelevante, y ha preferido volverse a su casa y tal vez a algunas actividades privadas más entretenidas. Rajoy no supo, no quiso o no pudo aprovecharlo como se pensó que haría.

Luego, el asunto nuclear, que tampoco ha dejado en el mejor lugar la disciplina interna del partido opositor. Dolores de Cospedal se ha visto maltratada por los suyos, incluso con declaraciones, como la del alcalde de Valladolid, de difícil digestión. Al PP no se le ha ocurrido otra cosa que quejarse de que el Gobierno pasara la patata caliente de la ubicación del cementerio a los ayuntamientos. ¿Qué hay más democrático que dejar que se apunte al concurso de méritos quien quiera de tales municipios, al margen de su color político? Y por si fuera poco, si no bastaran esas cuitas, en Orense Baltar hijo sucede a Baltar padre, en un episodio de nepotismo ya inconcebible en nuestro tiempo y en un partido democrático. El propio Rajoy, como Núñez Feijóo, ha tenido que tragar esa medicina amarga, lo que dice bien poco a favor de la democracia interna y de los caciques de toda la vida.