Qué desasosiego! A estas alturas no sé si cobraré pensión o no, si para hacerlo tendré que trabajar más años, si la cuantía que recibiré será la resultante de los últimos 15 o 25 años de mis cotizaciones o si la solución está en suscribir un potente plan de pensiones privado, que no puedo costear y encima se puede quedar en nada tras otro traspiés de las entidades financieras. En cuestión de 24 horas el Gobierno me ha dicho una cosa y la contraria y, la verdad, no sé a qué atenerme.

Si escucho al ministro Corbacho cuando afirma que nuestro sistema goza de una excelente salud, pienso que la cosa no va tan mal. Si a continuación me leo los documentos que ha preparado Elena Salgado para recuperar nuestra credibilidad perdida en Europa, me queda claro que sólo con la reforma de las pensiones podremos controlar el déficit y la deuda y... de nuevo vuelve la incertidumbre. Claro que si luego sale la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega y me dice que ese papelito ya remitido a Bruselas era sólo una hipótesis de trabajo y el meollo de la cuestión se elimina con una simple pasada del Tipex la cosa empieza a mosquearme. Y si, finalmente, los sindicatos dan un golpe en la mesa y el Gobierno rectifica, aterrado ante la posibilidad de que los trabajadores salgan a la calle, me pregunto ¿quién manda aquí? y no encuentro respuestas.

«Zapatero se acaba de hacer el haraquiri», me comentó ayer uno de los dos líderes sindicales más importantes de este país, escandalizado por la frivolidad con la que se ha llevado el asunto de las pensiones. Según me dijo, el domingo fue convocado por el Presidente a la Moncloa precisamente para hablar del tema y cuando salió pensó que Zapatero daba por descartado abrir el debate de forma unilateral y fuera del Pacto de Toledo. No es que el Presidente le dijera explícitamente que los argumentos de los sindicatos le habían convencido, pero por la forma de expresarse sus interlocutores dedujeron que una reforma de tal magnitud no se atrevería a plantearla a modo de globo sonda. Evidentemente no fue así y su grado de improvisación ha creado tal alarma social que los propios socialistas se han visto obligados a salir en tromba a desmentir la última ocurrencia de su líder.

No sé si como dice mi fuente se habrá hecho el «haraquiri político» con este asunto «que le va a desgastar incluso más que los cuatro millones de parados», pero lo que está claro es que todos asistimos atónitos a una sucesión de propuestas económicas cada cual más inquietante y a esta concatenación de chapuzas que son letales para nuestro prestigio internacional. Con sus bandazos, el Gobierno ha conseguido desconcertar tanto a sus simpatizantes como a sus detractores y la situación empieza a dar vértigo. Tal vez sólo nos queda rezar como ha hecho el Presidente con Obama.