El mal de España es que frente a las circunstancias o problemas de la vida social o política, entre los españoles no hay esperanza de equidad. Sea lo que sea, la división, la inquina, la lucha banderiza, están servidas. Esa tendencia, convertida ya en trincheras, la vemos estos días en el «caso Garzón», un juez que se enfrenta a una petición de inhabilitación por obra de tres causas pendientes de juicio que llevan la etiqueta de la prevaricación.

Sin entrar en el fondo de las acusaciones -ya dirá el Tribunal Supremo lo que tenga que decir-, lo que más llama la atención del caso es la composición de los bandos que se han formado para apoyar o tumbar a Garzón. Hay papeles cambiados. Quienes hacen unos años, cuando los GAL, desde las filas del PP jaleaban al juez «campeador», son quienes ahora aguardan su despeñe con fruición no disimulada. Sorprendente, también, la inversión de papeles por cuenta de algunos dirigentes del PSOE que hoy subrayan los grandes servicios de Garzón al Estado y ayer acompañaban a Barrionuevo y a Vera hasta las puertas de la prisión de Guadalajara.

Suena todo a farsa. A bien está lo que bien me va. Bien le va al PP de Bárcenas y Camps que por el asunto de las escuchas telefónicas (presuntamente ilegales) ordenadas por este juez pudieran ser invalidadas algunas las acusaciones del «caso Gürtel» y bien les iría a Rubalcaba y a Zapatero que Garzón no fuera inhabilitado y diera carpetazo a otro asunto pendiente de juicio: el del ya famoso chivatazo del bar Faisán, asunto infamante donde los haya. Quienes antaño le encumbraron, hoy le quieren defenestrar y quienes le difamaron entonces ahora le arropan y organizan homenajes. ¡Qué país! ¡Cuántos hipócritas!