Hay una agonía del comunismo como hay una agonía del cristianismo, lo que pasa es que el muerto, con barbas de apóstol, no termina de morirse. Antaño, admiramos el castrismo por la misma razón que hogaño lo lamentamos: ha sido capaz de mantener el socialismo castrista durante más de cincuenta años en Cuba. Hay quien cree que no se puede criticar el régimen cubano mientras continúe el embargo, del mismo modo que hay quien defiende el embargo hasta que no se construya una Cuba democrática. El caso es que tras la muerte por huelga de hambre de Orlando Zapata, renace el debate y la división entre los partidarios del bloqueo y los del desbloqueo, divididos los primeros entre puristas de la revolución y de la contrarrevolución, divididos los segundos entre humanitarios y activadores del cambio mediante la desaparición del acoso imperial.

La cuarta marcha de protesta de las Damas de Blanco en el séptimo aniversario del encarcelamiento de 75 opositores cubanos, fue de nuevo increpada por cientos de partidarios del Gobierno en el centro de La Habana, en la tarde ayer. Escribió el poeta Reynaldo Arenas que las revoluciones no se hacían en las cárceles; sin embargo, tras la muerte de Zapata, la disidencia cubana ha logrado que se escuche su voz en toda Europa y sea reconocida por la mayoría de la izquierda.

En España, los socialistas nos hemos agarrado al alfiler rojo que se clava en Cuba para demostrar que la revolución tiene un sentido en la historia. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que la revolución castrista se volvió inoperante e injusta hace muchos años. Al tiempo que el PCE defiende históricamente la protección de los derechos humanos, las elecciones libres y la democracia, se ha manifestado indulgente con la dictadura castrista. Achacar la huida de los balseros, la pobreza, el control policial y la censura al aislamiento, el bloqueo y la propaganda imperial no ensombrecen la otra verdad que Reynaldo Arenas plasmó en letras: una dictadura tan doliente como el mismo infierno.

Los comunistas de Gijón no son ajenos a este debate. Sin embargo, lejos de hacer una análisis ceñido de la realidad política cubana, la semana pasada se descolgaron con un documento político de escaso rigor, más propio de un comentario de taberna que de una posición política aprobada en un consejo de cooperación internacional. Antes de caer en las comparaciones absurdas y tópica entre Cuba y España, hubiera sido intelectualmente más gratificante que el consejo analizara cuál debe ser el papel de nuestro país en la transición a la democracia cubana.

Veinte años después de la caída del muro de Berlín y de la hegemonía del pensamiento único neoliberal que prometió la felicidad en el mundo y desde la redundancia de una revolución isleña y aislada, debemos aceptar que el castrismo ha sido un completo fracaso, pero también debemos asumir que Cuba necesita ayudas comerciales e inversoras que liberen a un pueblo de la otra dictadura, el hambre, y afiancen el ejercicio de los derechos humanos.