Acongoja el relato de lo sucedido con el vecino de El Llano que ha abatido a su esposa mediante tres descargas con escopeta de cazador. Un brote irracional de semejante calibre descoloca hasta los ladrillos más firmes que tratan de erradicar la denominada violencia de género. Según las primeras averiguaciones, no había indicios previos, ni denuncias, ni evidencias de violencia marital antes del suceso, pero al individuo se le encendió algo misterioso en la mente y acabó con ella. A él le califican los allegados de buen padre y buen abuelo, lo cual no obsta para que los sentimientos hacia su esposa fueran de otra índole, algo así como el clásico «la maté porque era mía», es decir, «ella vive hasta que yo diga». Pero tal vez ni siquiera éstas fueran las coordenadas mentales y patriarcales del autor del crimen, y ello convierte el suceso en algo todavía más desasosegante desde el punto de vista del observador neutral.

Primero, porque como afirman los expertos los maltratadores no son hombres más agresivos que el resto de la población, e incluso suelen tener buena imagen social. Y segundo, porque en el caso de autos no existían antecedentes de maltrato.

Es decir, las coordenadas que utilizan las autoridades en el combate de la violencia de género no estaban aparentemente presentes en este suceso. El hombre experimentó un click en el cerebro, como una respuesta brutal a un estímulo que anteriormente no le había trastornado, y fue a por ella.

Por tanto, un caso más en el saco de los hechos impredecibles, salvo que sutilísimos análisis mentales de este individuo hubieran pronosticado una desgracia verosímil que podía suceder en cualquier momento. Ahora bien, si cada sujeto es un misterio, o un posible conflicto latente, no queda más remedio que aplicar la doctrina de Stalin: «Todo hombre es un problema; se acaba con el hombre y se acaba el problema». Es decir, «no hombre, no problema». Sea dicho sin ánimo polemista.