La semana pasada se anunciaba al mismo tiempo que la tasa de paro había superado en España el veinte por ciento, con más de cuatro millones y medio desempleados, y que el partido de fútbol disputado entre el Barcelona, CF y el Inter de Milán había sobrepasado el cincuenta por ciento de cuota de pantalla en las televisiones autonómicas, alcanzando en total más de ocho millones de espectadores. Con la que está cayendo, el fútbol domina abrumadoramente en las audiencias televisivas.

En la anterior campaña electoral, el presidente del Gobierno de España prometía el pleno empleo para el año 2012. Y, desencadenada la crisis, Zapatero, haciendo uso precisamente de un símil futbolístico, aseguraba que la economía española había entrado en la Champions League de la economía mundial. Una metáfora cuyos efectos prácticos han resultado ser quiméricos. Los sectores más críticos con el fútbol lo reducen a un simple juego. Por ello no entienden que se le dedique bastante más tiempo que a los acuciantes problemas sociales que viene padeciendo una buena parte de la población. Pero el fútbol es mucho más que un juego. El fútbol invade hoy cualquier ámbito de nuestra vida como uno de los fenómenos más característicos e influyentes de la actual cultura de masas. Un fenómeno que no sólo suscita identidades y rivalidades apasionadas, sino que es también una formidable válvula de escape de la realidad más inmediata. Asimismo, el influjo del fútbol se ha visto extraordinariamente impulsado con la proliferación de las plataformas televisivas.

Ya me referí en otra ocasión a un significativo episodio (uno entre miles) en el que se puso de manifiesto el poder movilizador del fútbol. Corría el año 1941, conocido como el año del hambre. Pues bien, en tan adversas circunstancias se fletaron trenes especiales para presenciar en Santander dos partidos en los que, en fechas distintas, participaba un equipo langreano. Aquel tipo de viajes se repetirían en los años siguientes. Sólo la pasión futbolística, que «tantas pasiones alivia», les habría permitido evadirse en parte de aquella asfixiante situación.

Ciertos estudiosos comparan el fútbol moderno con una especie de religión pagana que vendría a ser un nuevo opio del pueblo, con sus templos (estadios) fieles (aficionados) y dioses (futbolistas). Sin embargo, para aquellos que tengan otras inquietudes sociales, culturales, políticas, de ningún modo la opción del fútbol supone un obstáculo para poder desarrollarlas.

Sostiene el antropólogo Desmond Morris que siempre que la raza humana pueda preocuparse por algo más que por la mera supervivencia la tribu del fútbol perdurará, ya que el fútbol representa simbólicamente una compleja pugna deportiva en la que aún persisten, con vida propia, los impulsos, las pasiones, los lazos sociales, las jerarquías más antiguas de la sociedad humana.

Otra cosa es que, coyunturalmente, la burbuja económica en el fútbol profesional, que se ha convertido en un colosal negocio, pueda estallar en cualquier momento.