Dirigir un artículo a quienes todavía van al cine es una apuesta arriesgada, porque ese colectivo sufre una merma más aguda que el número de españoles con un empleo. Los supervivientes -los cinéfagos, no los asalariados- habrán percibido que todas las películas norteamericanas recientes están protagonizadas por Paris Hilton. Una hábil conjunción de implantes, botox y colágeno ha creado la actriz universal, de cuerpo y edad indefinidos. Sin embargo, la uniformidad perjudica la individualización de los productos cinematográficos, por lo que Hollywood se ha rebelado contra los clones de silicona estampillados.

Con Meg Ryan como ejemplo más lacerante, la identificación de la protagonista de una película equivale a distinguir dos neumáticos, del mismo cirujano o fábrica, respectivamente. Entre los bodrios recientes -taxonomizados en awfulplasticsurgery.com-, el alisamiento de Nicole Kidman en «Nine» pasará a la historia como la inmolación física de una artista en aras de su disciplina. Al margen de este pésimo ejemplo del hemisferio sur, Hollywood reclama actrices británicas o australianas, por su menor entusiasmo ante las restauraciones severas imperantes en Estados Unidos.

Frente a la mujer perfecta del «fast beauty», Hollywood reivindica a la mujer de siempre. El cambio de doctrina se ha desvelado mediante la filtración de un documento de Walt Disney, el imperio del mal. El casting de la cuarta entrega de «Piratas del Caribe» solicita «cuerpos de bailarina y, sobre todo, senos auténticos: abstenerse damas con implantes». La verificación de esa exigencia incluye una prueba especial, para detectar si la turgencia pectoral ha sido plastificada.

El remedio ha sido la perdición de las hijas de Faye Dunaway -arquetipo de la desolación facial-. Conforme se comercializaban los avances en la calidad de imagen, cundía el pánico y las actrices se abalanzaban sobre las dos opciones corporales en que ha degenerado Hollywood, la drag queen y la stripper. Sin embargo, los hallazgos visuales permiten captar los arreglos con más detalle, descartando a las operadas. Son las víctimas de «Avatar». Angie Dickinson confesaba que era desagradable ver cuerpos de su edad retozando en la pantalla. Sus colegas más audaces buscaban el elixir del eterno empleo, y se han encontrado en el paro por exceso de preparación. Como en la vida misma.