Tan sólo unos 6.000 españoles se arrojaron el otro día a la manifestación del Primero de Mayo en Madrid, que es la que más lustre exhibe gracias la presencia de los dos mandatarios sindicales principales, Toxo y Méndez. Si nos apuran, esos 6.000 podrían ser los miembros de las cúpulas de los dos grandes sindicatos nacionales, CC OO y UGT, ya que es comentario muy extendido que las centrales alimentan unos niveles de burocracia que para sí quisieran otras instituciones de Derecho Público.

También vamos a suponer que las 500 docenas de participantes en el Uno de Mayo capitalino eran huestes de los propios sindicatos porque una convocatoria que hubiera apelado a las masas -es decir, una movilización ampliamente agitada por UGT y CC OO- podría haber acabado en bronca total. A los trabajadores, especialmente a los precarios y mileuristas, hay que tenerlos apaciguados, y más en los tiempos difíciles, cuando probablemente, y si hay reformas laborales, sus bolsillos vayan a ser los más agujereados. Esta labor de apaciguamiento nadie la encarna mejor que ese sindicalismo que ha dejado pasar este Uno de Mayo como si tal cosa, como si no fuera el correspondiente al momento de mayor penuria laboral en España.

Por tanto, no hay que agitar al pueblo soberano, sino más bien dirigir la mirada hacia escenificaciones relajantes. De hecho Toxo y Méndez han elogiado que mañana vayan a reunirse Zapatero y Rajoy para hablar de dos operaciones de salvación: la de Grecia y la de las cajas de ahorros españolas. No es poca cosa. Los helenos están en un agujero que tiene en vilo al euro, y las cajas lo ven cada vez más negro. Ahora bien, lo que se haga por Grecia o por las cajas es algo que a los líderes sindicales probablemente les relaja. El esfuerzo exterior y el bancario desviarán un rato la atención que requiere el sacrificio interior, de modo que las centrales habrán librado otro período en el que ni paren, ni preñan, ni exaltan el Uno de Mayo.