Con qué gran prestigio cuentan las palabras largas, con qué poco las cortas, las más difíciles. «No importa lo que digas mientras lo digas con palabras largas y cara larga», sentenció Chesterton. Debe de ser el lema de políticos, leguleyos, tertulianos y del común de los mortales que los imitan, quienes suponen de modo erróneo que por sumar sílabas a una palabra se expresan en una norma más culta, cuando lo que hacen en verdad es estirar hasta el ridículo lo que tiene su justa medida desde siempre. Los polisílabos son aquellos vocablos que cuentan con varias sílabas. Los archisílabos son polisílabos con sílabas innecesarias o inútiles, palabras nuevas que designan algo ya registrado en el idioma de manera más breve: «conflictividad» en vez de «conflicto», «emotividad» y no «emoción». Así los bautizó el catedrático Aurelio Arteta, coleccionista y fustigador de esta nueva tontería, y como requetesílabos también se los podría conocer.

A estos nuevos eruditos a la violeta que usan archisílabos a manta para aparentar tintura profunda en su oratoria les gusta añadir el sufijo «-dad» a lo que sea: comen de todo. Se sienten más cultos diciendo «con anterioridad y con posterioridad» en vez de «antes» y «después». Son los pelmazos de «facticidad» por «hecho», de «sutilidad» por «sutileza», de «accesibilidad» por «acceso»; los demostinos de «esencialidad» por «esencia», de «honorabilidad» por «honor», de «territorialidad» por «territorio»; los tribunicios de «potencialidad» por «potencia» (o por «capacidad», si se quiere), de «circunstancialidad» por «circunstancia». Se ufanan cuando oyen salir de sus áureos piquitos larguísimas palabras como «disfuncionalidad», cuando tienen tan a mano «disfunción»; «gobernabilidad», cuando bastaría «gobierno»; «intencionalidad», cuando podrían escribir «intención». Hombres y mujeres alargadores y alargadoras de palabras, que dicen «ficcionalidad» olvidando «ficción», que sustituyen «obligación» por «obligatoriedad», que tachan «peligro» y ponen «peligrosidad», depredadores idiomáticos para quienes «necesidad» es «necesariedad»; al «modo» lo transforman en «modalidad», a «la letra» en «literalidad», al «rigor» en «rigurosidad», a la «duración» en «durabilidad», a la voluntad en «voluntariedad».

Utilizan «finalidad» porque se olvidan de «fin»; sueltan la sinhueso con «legalidad vigente» y creen escapar de la «ley»; la «culpa» les suena a «culpabilidad»; mitinean con «criminalidad» (qué «crimen»), con «disponibilidad» sin «disposición», con «sostenibilidad» sin «sostenimiento», con «efectividad», pero sin «eficacia». Optan por considerar «individualidades» a los «individuos», «habitualidad» al «hábito», «totalidad» al «todo», «centralidad» al «centro», «sustantividad» a la «sustancia» y «usabilidad» al «uso». No toman en cuenta que un acuerdo suele tener «múltiples» ventajas, ya que emplean «multiplicidad». Desconocen el «carácter» de las personas: les suena más chachi «especificidad». Campeones de la «credibilidad», me merecen muy poco «crédito». Lo malo es que no constituyen una «excepcionalidad»: convirtámoslos en una «excepción».