Mientras Rajoy entraba en la Moncloa los expertos del FMI sacaban billetes para volar de urgencia hacia España, donde en unos días se instalaran para ver de forma inmediata lo que está ocurriendo. Quizá lleguen con sirenas propias de una uvi móvil.

España está muy mal -ayer, como consuelo, se agitaba que Italia está aún peor-, pero encima no se hace nada para solucionar el drama. Y aún más -una nueva vuelta de tuerca-, no se hace nada de nada, porque ZP no puede, ya que cualquier movimiento en el sentido necesario le cuesta el puesto, sea inmediatamente por la vía de estallidos sociales en la calle, sea de forma diferida en unas elecciones generales, adelantadas o cuando toquen.

La solución es un Gobierno de coalición en el que se compartan responsabilidades y nadie saque ventajas electorales al que cumpla con su deber, sin duda, muy duro, porque el ajuste tiene que ser de miedo.

Pero el tiempo de los acuerdos ha pasado. El guerracivilismo, la persecución a la Iglesia -se ha cerrado la basílica de Cuelgamuros ¡por orden gubernamental!, como Diocleciano-, el cordón sanitario en torno al principal partido de la oposición, el pacto del Tinell -en Cataluña prohibió tratos políticos con el PP- extendido a toda España y el intento de revocar la ley de Amnistía para meter en la cárcel a quien les convenga impiden todo acuerdo.

Por eso se juega, una vez más, y van mil, a la foto. Por eso no hay remedio a la vista salvo que Rajoy se sacrifique -y con él media España- renunciado a cualquier alternativa para que sin mayores traumas ZP se suceda a sí mismo a costa de todos los españoles menos esas bolsas clientelares que están sacando una inmensa tajada de la crisis.

Gestos, sonrisas, palabras, cuentos, engaños, trucos, juegos de manos..., el caso es ganar tiempo a la espera de una paz-trampa con la ETA, el ingreso de tres obispos en la cárcel, la independencia de dos comunidades autónomas y, después, el diluvio.