Ser como los griegos es la amenaza que pende sobre nuestras cabezas, el sambenito que ha hecho que la Bolsa española se desplome a causa del riesgo al que queda sometida nuestra deuda pública en la actualidad. Pero hace veinticuatro siglos ser como los griegos era un deseo insatisfecho, la panacea misma de quienes veían en el invento ateniense el mejor espejo al que asomarse. O lo habría sido de existir espejos nítidos, canales de difusión capaces de mostrar las virtudes del otro y civilización suficiente como para apreciar tales logros. Pongamos que, en realidad, es a los españoles de ahora -a los ilustrados al menos- a quienes les gustaría parecerse a los ciudadanos de la polis aquella de Pericles. Pero huimos todos, pobres y ricos, letrados ilustres y analfabetos funcionales, autoridades y miembros del pueblo llano, del peligro de que nos comparen con los griegos de hoy. Vaya palo para quienes creen en el progreso de la historia.

Aunque, en verdad, las razones por las que la prensa de medio mundo nos tira de la oreja con el fin -eso dicen- de alejarnos de los errores griegos depende de factores tan etéreos como la calificación de la deuda pública realizada por S&P, acrónimo de Standard and Poor's, que es la rama de la casa editorial McGraw-Hill dedicada a hacer análisis financieros. Con tanto éxito, por cierto, como para que no supiese ver de antemano el batacazo de la banca Lehman Brothers de septiembre de 2008, cosa que no ha dejado de reflejarse en buena parte de los comentarios económicos aparecidos en los últimos días.

S&P ha calificado la deuda española a largo plazo con el grado «AA», un punto inferior al que tenía hasta ahora, pero dos peldaños por encima de la deuda griega, que se encuentra dentro del rango de los bonos basura, aunque, eso sí, en el mejor de sus dudosos niveles de confianza. Pues bien, ha bastado ese signo de menosprecio más bien relativo para hacer que el Ibex pierda todo lo que había ganado en un año. Así que la amenaza de volvernos griegos depende de los pronósticos de unos expertos que da igual que pasen por alto quiebras grandiosas porque se han convertido en un oráculo de Delfos con servicio de atraco a domicilio. Que te digan que no eres de fiar es pronóstico que, en el mundo financiero de hoy, lleva de inmediato a que no lo seas, porque los especuladores de todo el planeta correrán a cebarse en tu jugoso cadáver.

Los griegos de Pericles eran unos obtusos. No sabían qué quiere decir S&P, ni lo que es el bono basura, ni cuáles son los apuros del Ibex-35. En su ignorancia, ni siquiera habían descubierto las leyes del mercado. Se limitaron a inventar las virtudes ciudadanas, el arte de la política cuando la política era un arte, el valor de la amistad y el embrión de la democracia. Pobres catetos, sin bisagras parlamentarias, comisionistas ni preclaros defensores de la corrección a ultranza. Aún no sé ni por qué razón nos acordamos de que existieron alguna vez.