Iban con el puño levantado, con piedras y con llamas, miles de puños, hermosa Atenas, con todo el anarquismo quemándoles por dentro, con toda la rebeldía acumulada, parda, hermosa y criminal. Toda Grecia, abriéndose paso entre bancos calcinados y billetes convertidos en mariposas de ceniza, vive estos días asediada por los lobos del capitalismo. Los gobernantes de Europa se debaten entre la resistencia y la agonía, entre la muerte y el resurgimiento de un nuevo equilibrio que pretende seguir siendo el viejo. La última hora anuncia la hecatombe financiera: arde Atenas mientras sus ciudadanos inundan las calles con nuevas y viejas proclamas y tiembla el misterio de la economía cuando se anuncia que la Bolsa de Madrid es un estercolero a la vera de la diosa Cibeles.

No sabemos si el fuego que ha convertido los bancos griegos en hornacinas funerarias se extenderá a otros países, ni si España será un polvorín como Grecia. Lo que sí sabemos es que los griegos se han abrazado a la honestidad del fuego. El fuego destruye y purifica al mismo tiempo que nos invita a la reflexión y nos empuja a la revolución. El capitalismo se consume entre llamas mientras los parados, desahuciados del sistema, reclaman otra palabra y otra ley, otro mundo y otro destino. Quizá sea la hora de salir a la calle y convertir el adoquín en un arma arrojadiza y la democracia en un tornado, un ventarrón de dioses griegos, de pueblo alzado contra ladrones y sicarios.

Atenas se ha citado con la historia. La primera forma de la esperanza es el miedo y el primer semblante de lo nuevo es el espanto. Los gobiernos de la Unión Europea siguen apostando por la fusión de los grandes capitales para afrontar esta crisis, tal como pronosticó en su día don Carlos Marx. Acudir a sus manuscritos es comprobar nuevamente que la acumulación de capitales está en la base de la desregulación del mundo, de su crecimiento irracional, de sus estragos económicos y sociales.

Ciertamente, los países del Mediterráneo sufren la mordida de los especuladores sin que ningún gobierno ponga fin a la sangría. Pero de esta crisis surgen nuevas incógnitas. La principal es saber quién manda, quién gobierna la crisis, quién se beneficia a partir de ella. Ni Merkel ni Sarkozy han conseguido que la Unión Europea resista los ataques a sus respectivas economías. Los grandes analistas tampoco han sido capaces de plantear un nuevo orden económico y social; unos y otros se prestan a un capitalismo tan benevolente como inútil, sometido a la vara de medir de unas elecciones y, sobre todo, subyugado a los intereses del gran capital, que nunca está dispuesto a perder.

Sin embargo, Seatle, Porto Allegre, Florencia o Atenas configuran un mapa de la resistencia. Todas ellas se han alzado violentamente contra a un mundo convertido en una mercancía que perdía paulatinamente su valor real. Me gusta pensar que el socialismo y la democracia son una solución que aún está por estrenar, pero, de momento, la violencia sigue siendo una fórmula solvente para alzarse contra la lógica despiadada del individualismo y el enriquecimiento atroz.