Por lo que se dice en los medios («se extiende por Europa el peligro del contagio griego»), las enfermedades de transmisión económica funcionan de forma parecida a las enfermedades de transmisión sexual. No se contagian por el aire, como otras enfermedades de origen vírico o infeccioso, sino por el trato íntimo y directo, persona a persona, y, en este caso, economía a economía. El mecanismo de contagio es bien conocido: el que está sano y se relaciona con una persona enferma acaba padeciendo del mismo mal y se convierte a su vez en agente infeccioso. Y así sucesivamente.

Si quisiésemos actuar con total responsabilidad, las enfermedades de transmisión económica deberían ser de declaración obligatoria, igual que ocurre con las enfermedades de transmisión sexual, y su existencia puesta inmediatamente en conocimiento de las autoridades financieras para que tomen las medidas oportunas. Desgraciadamente no ocurre así. La actividad sexual y la actividad financiera son intensas, apasionadas, incontenibles y, en la mayoría de los casos, secretas, clandestinas y remuneradas en diversas cuantías, sin tarifa oficial ni control legal alguno. De hecho, el secretismo sexual y el secretismo financiero son la base del negocio, y hay países, como Suiza, que han hecho de esa confidencialidad su principal recurso.

Y algo parecido cabría decir del turismo sexual hacia países exóticos respecto del turismo financiero hacia paraísos fiscales. Significativamente, hace años, a las enfermedades sexuales se las llamaba «enfermedades secretas» y los médicos que las atendían se anunciaban con grandes carteles colgados de las fachadas de las casas. Piel, venéreas y enfermedades propias de la mujer, podía leerse. En aquellos tiempos de machismo rampante, la mujer era la que infectaba y el hombre, un anónimo colaborador necesario que padecía la infección. Yo aún conservo un póster de propaganda del bando republicano, durante la Guerra Civil, en el que puede verse a un soldado acechando en la calle a una mujer provocativamente vestida, con este lema: Enfermedades venéreas, tan peligrosas como las balas enemigas.

Viene esto a cuento porque llevamos una temporada oyendo hablar del peligro de que las economías enfermas acaben contagiando a las economías que se han relacionado con ellas. La alarma es grande, pero me temo que la amenaza esté fuera de control. La globalización económica, al igual que sucede con la promiscuidad sexual, ha favorecido intercambios financieros de todo tipo y resulta imposible saber dónde empezó el contagio. Hace dos años, supimos que la economía norteamericana estaba infectada y que los bancos habían «empaquetado» productos financieros enfermos haciéndolos pasar por sanos. La misma expresión «empaquetar» sugiere que transmitieron una gonococia respetable a todos los que se relacionaron con ellos sin tomar las debidas precauciones. Ahora, la infección circula por Europa, y el principal país afectado es Grecia. Por cierto que «hacer el griego» es una oferta sexual que se practica por salva sea la parte. Pongámonos a cubierto.