Ha llegado el ajuste, no el fino, sino el grueso. O se eliminaba el chocolate del loro -los gastos pequeños- o se emprendía el corte de las grandes tajadas presupuestarias. O se devaluaba la moneda (acción imposible en el marco del euro) o se devaluaba la riqueza de los ciudadanos. Si no se querían tocar la sanidad, la educación, las prestaciones por desempleo o las inversiones en infraestructuras, quedaban dos áreas de cuantiosa afluencia de caudales públicos: el sueldo de los funcionarios y las pensiones.

Ahí ha ido el golpe, el cual, en perspectiva presupuestaria y macroeconómica, supondrá un recorte voluminoso, pero será a base de restar a muchos. Es decir, que buena parte de los funcionarios son mileuristas -o andan en ese entorno-, y las pensiones españolas no son en general de una cuantía elevada.

Asturias, que es tierra de muchas pensiones (aunque no las más bajas de España, en términos globales) y de bastantes funcionarios, notará la tijera de Zapatero con mayor intensidad.

En cualquier caso, el ajuste disgustará a unas cuantas mayorías, pero lo que más nos preocupa es que este primer dique no resista la embestida de la crisis y el siguiente alcance a muchos más ciudadanos. De hecho, Zapatero ha enseñado esta primera tijera y a la vez ha dicho que Hacienda tiene en la mano la calculadora de los impuestos, que probablemente se revisen, al alza, por supuesto.

El siguiente muro podría ser el de la reforma laboral, y el siguiente, el de las pensiones, y así sucesivamente. Confiamos en que la cosa resista con este primer dique, pero no hay seguridad acerca de ello.

En realidad las voces de los oráculos de la Unión Europea insisten en que España ha de revisar su fiscalidad, es decir, que para mantener su Estado de bienestar y todo aquello que no es el chocolate del loro será necesario que contribuyamos más. A ver cuándo nos dicen que lo que sobran son niveles de la Administración, y que el país no soporta que gasten a la vez ayuntamientos, comunidades autónomas y Estado central.