Fue un debate políticamente hablando estupendo, intenso, vibrante, pero tardío; con todo el mundo en su sitio para variar, el Gobierno haciendo de Gobierno y la oposición, de oposición. Pero tarde. Cuando el desánimo y el descreimiento ya nos han comido la merienda. Un debate de quedarte pegado a la tele o a la radio, si pudiéramos creer una palabra de lo que oímos. Un gran debate, en fin, si la credibilidad del Gobierno no fuera a estas alturas astillas, especialmente la de quien debía haber liderado desde el minuto uno «la crisis más grave de los últimos 80 años», como él mismo Zapatero la denominó, y en su lugar se ha dedicado a desacreditar a quienes le apremiaban.

Cada vez estoy más convencida de que CIS no hace más que pegar el oído a la calle cuando dice que la inmensa mayoría de los españoles consideran a «los políticos» en general un problema aún mayor que la vivienda o el terrorismo; pero en el reparto de papeles de la democracia cada palo debe aguantar una vela distinta. De Rajoy se podrán decir perrerías, ayer en mi opinión lo bordó, pero él no es el patrón de este barco, quien tiene que gobernar no es la oposición, es el Gobierno, y la falta de liderazgo frente a «la crisis más grave de los últimos 80 años» -que Europa nos haya tenido que poner bajo vigilancia y Obama bajo presión, esa doble vergüenza-, sí tiene un DNI, el de José Luis Rodríguez Zapatero.

Escuchamos el discurso que Zapatero tendría que haber pronunciado hace tres años, o dos, o al menos uno, cuando el paro ya nos quemaba las pestañas. El «esfuerzo nacional» al que el Presidente convocó ayer a todos es ese ansia de ver remar juntos a los políticos contra la crisis que vienen reclamando y echando de menos los ciudadanos encuesta tras encuesta desde hace tres años, con urgencia proporcional al crecimiento de la cola del paro. Aun así, ¡claro que hay que arrimar el hombro!, es un esfuerzo que nadie puede rechazar porque hay un país en juego; pero tomar nota de lo ocurrido es obligado. La gran rectificación que entonó Zapatero ayer habría sido innecesaria con algo más de altura de miras y menos electoralismo por su parte. El tono humilde que utilizó y que mirase incluso a los pensionistas para cortar la sangría anticipa lo carísimo que nos va a salir a todos su complacencia irresponsable en el error.