La crisis económica ha logrado que se resquebrajen las naciones. La comparecencia de Zapatero ante los leones del Congreso ha puesto de manifiesto cómo nuestra soberanía se hunde. El Estado del bienestar defendido a capa y espada a lo largo de los dos últimos años por ZP ha cedido a un poder indeterminado, confuso y diabólico, aplaudido por la UE y el Fondo Monetario Internacional.

Cariacontecido y derrotado, Zapatero anunció la reducción del salario de los funcionarios, la suspensión de la revisión de las pensiones, la extinción del «cheque bebé» y la caída de la inversión pública e, inmediatamente después, la Bolsa de Madrid lo celebraba con una subida del 0,8%. Las palabras del Presidente, que habían generado la máxima expectación desde que se iniciara su segunda legislatura, no sólo relataban un sacrificio nacional, sino una derrota política. En cuanto se aprueben las medidas anunciadas, España abandonará un modelo de Estado, el Estado del bienestar social, sin que ello suponga el nacimiento de uno nuevo que sirva para legitimar democráticamente decisiones tan traumáticas e impopulares como el recorte de los gastos públicos que Francia, Alemania y EE UU le han exigido desde el comienzo de esta crisis .

700.000 millones de euros blindaron el mercado financiero europeo, tras la caída generalizada de las bolsas de los países de la eurozona y la ruina declarada en Grecia. Tanto dinero puesto sobre la mesa a chorro expresa con monstruosa claridad la apuesta de los gobiernos capitalistas por un régimen al que no hace mucho tiempo (siempre nos acordaremos de Lehman Brothers) se consideraba obsoleto. Por vez primera reconocieron que la mano invisible de Adam Smith no sólo repartía el dinero en función de la oferta y la demanda; también lo estrangulaba y, en la mayoría de los casos, lo destruía.

Fue entonces cuando Obama, Sarkozy, Merkel y Zapatero anunciaron la llegada de un nuevo capitalismo que pondría fin a los paraísos fiscales, al endeudamiento de los países subdesarrollados, a unas reglas injustas e irracionales que conducían inevitablemente hacia el caos y la miseria. Los mismos gobiernos que reconocían la perfidia y crueldad de aquel sistema también anunciaron, tras la victoria de Obama, la llegada de un capitalismo más humano. Este oxímoron abundaba en las emociones y se proclamaba regido por otras leyes morales que tenían en consideración la intervención de los gobiernos en los mercados para que éstos fueran más justos.

Por muy sentimentales que se vuelvan los banqueros, el capitalismo actual sigue considerando el mundo como una mercancía, y a los trabajadores, como un problema. En esta partida, los únicos que sostienen la sartén por el mango son los especuladores, protagonistas de una nueva guerra global que los enfrenta a la soberanía de los pueblos. Por exagerado que parezca, lo que sucede cada día en las bolsas más importantes no es muy diferente de lo que acaece en Afganistán, una guerra despiadada sin límites espaciales ni temporales, en la que no se tardará en decir que los parados son un daño colateral.