Dicen que rectificar es de sabios, aunque no siempre lo uno es sinónimo de lo otro. Lo que ha hecho el presidente Zapatero, apremiado por la presión de Merkel y Obama, es una rectificación en toda regla de su política. Se ha presentado a sí mismo una auténtica moción de censura, cargándose de un plumazo las promesas esenciales del programa electoral con el que los socialistas llegaron a la Moncloa. Lo que hasta ayer eran cuestiones intocables, como los cacareados derechos sociales de pensionistas y funcionarios -auténtico tema tabú en cualquier tipo de negociación-, hoy son sólo papel mojado y colectivos prioritarios a la hora de meter la tijera para controlar el déficit. Sus medidas estrella, como el famoso «cheque-bebé», pertenecen ya al pasado de una historia cargada de errores que han conducido a España a un auténtico callejón sin salida.

Zapatero rectifica y hace bien, pero lo hace tapándose la nariz y también las vergüenzas. Han venido desde fuera a exigirle que repudie sus más profundas convicciones, porque si no lo hace esto no tiene arreglo. Hace bien poco nos decía que la salida de la crisis también debía ser ideológica y por eso no escuchaba a nadie: ni a la oposición, ni al FMI, ni a la UE, ni a los mercados, ni al sufrido Gobernador del Banco de España, ni al compañero Almunia.

Todos, absolutamente todos, eran solamente malvados adversarios que, en su afán insaciable de poder querían, ponerle contra las cuerdas. Todo era cuestión de ideología y, para él, con las cosas de comer, con los mandatos de la esencia socialista, ni se podía ni se debía jugar. Ahora ya no hay ideología que valga y por eso los sindicatos, tan complacientes, tan sumisos, tan irresponsables, han empezado a acariciar la idea de plantearle una huelga general, que es lo que nos faltaba para el duro.

Zapatero se ha puesto una moción de censura a sí mismo y la ha ganado por mayoría absoluta. Todas las medidas planteadas son duras, difíciles de digerir para cualquier socialdemócrata que se precie, pero inevitables hasta altura de la película. Tal vez si en el primer momento se hubiera aceptado que estábamos en una crisis de caballo y no se la hubiera negado e intentado esconder, si se hubiera cogido al toro por los cuernos, ahora nadie tendría que repudiar brutalmente sus principios.

Entiendo que el presidente esté abochornado y herido políticamente, pero no tiene que buscar culpas ajenas. Ha sido él quien en su miopía electoralista no ha hecho los deberes y ahora se los han impuesto de fuera con el viejo argumento de que son lentejas y ¡o las tomas o las dejas!.