La cuestión es ¿por qué no quiere Rajoy a Cascos en la Presidencia del Principado? No hay que buscar la respuesta en el laberinto de los talantes, los estilos, las generaciones, los caracteres y demás zarandajas que se suelen esgrimir. No, es un asunto muy de fondo, puramente político y extremadamente ideológico.

Rajoy, después de perder las elecciones por segunda vez, desapareció durante unos días -¿se entrevistó con los Bilderberg como aseguran los conspiranoicos? Por cierto, en tres semanas se reúnen en Sitges- y regresó transformado: arrumacos con los separatistas, no más movilizaciones, fuerte rebaja de los principios, telón de acero al 11-M y, lo que es el colmo, invitación pública y explícita a liberales y conservadores a abandonar el partido.

El PP es sólo para posmodernos, tecnócratas, arriolistas, accidentalistas, oportunistas, lobotomizados y socialistas de derechas.

Rajoy, como hiciera ZP, ha puesto a su partido en las coordenadas del Nuevo Orden Mundial, donde no tienen cabida las nociones fuertes de patria, las creencias religiosas, los valores morales y, para los países subordinados, la idea de libertad, que, traducida al terreno económico, equivale a libre empresa, alta competitividad y marca España. Enfeudados a la Gran Alemania, sólo nos queda seguir sus dictados, consumir mucho y no molestar.

La última pieza a liquidar por Rajoy es la liberal Esperanza Aguirre y lo último que quiere es que renazca el conservador Francisco Álvarez-Cascos.

Pues lo tiene claro, porque en peores se vio don Pelayo. Y es que la nación española, aunque la nieguen, existe. Vaya si existe.