Pocas semanas tan intensas dentro del peligroso avatar económico que nos envuelve como la vivida durante los últimos siete días. Lo más trascendental ha sido, sin lugar a dudas, la tensión nacida en Europa a causa de la caída en barrena del euro, socavado por las crisis de los países sureños y la desconfianza internacional sobre la solvencia de la deuda a corto plazo de algunos países, entre ellos España. La Unión Europea se ha paseado durante un par de días por el fino alambre de la ruptura, tal como un conocido e irresponsable político español desveló reproduciendo unas conversaciones confidenciales, luego desmentidas, del presidente Zapatero. Lo que faltaba en el sensible teatro financiero europeo: Sarkozy y Merkel echándose pulsos. Finalmente, dicen que dijo ZP, el francés conseguiría que la alemana se subiera al carro de la salvación del euro y la Unión Monetaria por encima de sus propias consideraciones nacionales. El órdago del presidente francés de salirse del euro era demasiado fuerte para que los socios europeos no se arrugaran... por ahora. En el año 2000 leímos en la prensa «seria» una información que a muchos nos pareció entonces de ciencia ficción. Aseguraba el autor que la CIA había elaborado un informe para el Gobierno de EE UU en el que aseguraba que la Unión Monetaria europea quedaría disuelta antes del año 2020. A los entonces incrédulos ahora no les llega la camisa al cuello ante los graves presagios y vaivenes de la coyuntura financiera europea, sólo en apariencia felizmente superados.

Y si Europa es un volcán, qué decir de la situación española, agitada (y removida) desde que Zapatero anunciara su no por tardío e incompleto menos necesario plan de ajuste. ¿Rasgándonos las vestiduras por la rebaja del 5% en el sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones de los jubilados? Sí, es injusto, pero no menos que la cola de más de cuatro millones de parados deprimidos que recorre los campos y ciudades españolas. Desde luego no es lo peor que nos pasará a los españoles si la economía nacional no consigue levantar cabeza y recuperar urgentemente algún grado de confianza en los mercados internacionales y entre los especuladores (malditos bastardos). Sí, Zapatero es culpable de no haber actuado antes. De ser un tarambana y cantamañanas. Pero él no organizó esta crisis, ni jaleó a los «organizadores». Ni se aprovechó ni se está aprovechando de ella, política y/o económicamente, como algunos que aparecen crispando en los medios. Lo que menos necesita este país ahora es el espectáculo de unas elecciones generales anticipadas, dado el modelo «destroyer» de campaña electoral que nos gastamos por estos pagos, para que Mariano Rajoy y su claque puedan cumplir el sueño de gobernar el país ahora que lo tienen a huevo según los sondeos. No, ahora es tiempo de pensar y actuar juntos. De que el Gobierno deje atrás su prepotencia y se remangue junto con los partidos políticos para establecer un programa objetivo y eficaz que revierta la situación y permita a España y sus habitantes recuperar la respiración.

El último párrafo de ese acuerdo, eso sí, contendría la fecha de los próximos comicios, no antes de remontada la parte más grave de la crisis. Sólo juntos podrán reunir suficiente fuerza para que -si es que realmente tienen voluntad de ello- los poderosos sectores de la economía nacional que aún no han pasado por la ventanilla del ajuste lo vayan haciendo (ya saben, los crecientes beneficios de las grandes corporaciones, los no menos crecientes bonus de algunos altos ejecutivos, la intermediación financiera descontrolada, etcétera). Y sólo de este modo podrán ser asumidos en paz los sacrificios planteados la semana pasada y los que puedan sobrevenir en el futuro.