No, claro que no. El verbo dimitir aquí no se conjuga. ¿Con qué cuajo pueden asumir en la Consejería de Cultura una sentencia que obliga o bien a que Pepe el Ferreiro sea readmitido al frente del Museo de Grandas, o bien a que lo indemnicen con la cantidad estipulada por el juez, que asciende a 25.530 euros?

¡Qué rostro el suyo, Dios mío! Con el país noqueado aún por los recortes anunciados por Zapatero, la arbitraria decisión de un cese injustificado rasca aún más el empobrecido cofre de los dineros públicos de Asturias. Habrá quien replique a esto que tal cantidad no es significativa dentro del conjunto. Sin duda, no lo es cuantitativamente, pero, en lo moral, constituye una provocación hacia todas aquellas personas que, por obra y gracia de la última decisión del Gobierno de la izquierda emancipadora, veremos nuestros ingresos mensuales disminuidos.

Y es que estas buenas gentes no sólo nos cuestan dinero a todos los contribuyentes, pues resulta que, para mayor baldón, sus alegres y confiadas decisiones nos gravan aún más que los generosos sueldos que ellos mismos se ponen. ¡Cuánto agradecimiento sentimos, no se lo pueden figurar en su auténtica dimensión!

Aquí lo indignante no es sólo la injusta decisión que tomaron destituyendo al señor Naveiras, pues, no conformes con ello, hicieron cuanto estaba en su mano para desprestigiarlo, sino que, a todo lo que viene sucediendo, se suma que la Justicia les obliga a una indemnización que, como no podría ser de otro modo, tendrá que ser costeada con el dinero de todos. Lo dicho: les sobran los motivos para sentirse orgullosos.

Lo cierto es que cuando oficialmente se manifiesta satisfacción por la sentencia, resulta inevitable restregarse los ojos preguntándose si verdaderamente es eso lo que uno está leyendo. Y, una vez comprobado, que, en efecto, eso es real, que así se despachan tan rica y felizmente, lo que sobreviene, tras la estupefacción, es un enfado, como mínimo, importante.

Cesan ustedes a un hombre que fue el alma de ese museo, al ciudadano que, con sus trabajos y días, puso a Grandas en el mapa. La mezquindad con la que actuaron fue de tal calibre que no sólo no reconocieron la importante labor llevada a cabo por el señor Naveiras a lo largo de todos estos años, sino que además incurrieron en aquello que consiste en «creer sospechas y negar verdades», tal y como escribió Lope de Vega en uno de sus endecasílabos más geniales.

Es decir, pusieron sus mayores esfuerzos en dejar la trayectoria vital de Pepe el Ferreiro a muy baja altura, llenándola de oprobio.

Ustedes, los adalides de los sobrecostes en algunas obras públicas.

Ustedes, a quien el nepotismo no les es en modo alguno ajeno. Ustedes, que no sufren el más mínimo empacho en retrasar las obras en el occidente de Asturias, yendo de retraso en retraso. Ustedes que, por mucho que el señor Areces acabe de pronunciarse por una política económica ecológica, vienen protagonizando políticas medioambientales lesivas, sobre todo, en el occidente de Asturias.

Ustedes, que en el caso que nos ocupa, desautorizaron sin despeinarse a antecesores suyos, cuando pusieron en tela de juicio nombramientos que se hicieron en el Museo de Grandas bajo la dirección de Pepe el Ferreiro.

Ustedes, sí, ustedes. Sin ir más lejos, la señora consejera de Cultura y Turismo, cuya comparecencia para justificar el cese de Naveiras también fue antológica.

Pues bien, resulta, insisto, que no sólo no rectifican, sino que además se muestran satisfechos. ¿Satisfechos de qué? ¿Me lo pueden explicar?

Lo cierto es que sólo se me ocurre al respecto una respuesta:

Satisfechos de haber hecho alarde de sus poderes, cesando a Naveiras.

Satisfechos de cargar incluso en su mochila con un coste adicional en su decisión, coste adicional que no es sólo el dinero que tendrán que pagar al señor Naveiras, sino también el del malestar creado.

Ya digo, resacosos aún del mazazo que nos dio Zapatero la pasada semana, no dejamos de recibir noticias que aún nos machacan más.

Hay quien se pregunta qué ocurrió con la empresa Venturo XXI, y quién va a pagar los platos rotos de una gestión que no parece haber sido muy afortunada. Hay quien se pregunta si hay un antes y un después para la economía asturiana tras el último viaje institucional a América, y qué costes tuvo todo eso. Hay quién se pregunta por qué se calcularon tan mal los presupuestos de grandes obras como El Musel o el Hospital.

Pero, a lo que se ve, todas sus energías, todo su ímpetu, todos sus afanes tenían que volcarse con un cese que acaba de ser sentenciado como «despido improcedente».

Y, en fin, se da por hecho de que, ante tan alto grado de satisfacción que manifiesta la Consejería de Cultura, su titular, doña Mercedes Álvarez, no va a dimitir. Seguirá al frente de sus altas responsabilidades mientras el señor Areces no determine lo contrario.

Y uno se pregunta de qué milagrosa manera podrá tener acomodo la dignidad en la vida pública asturiana. Y uno se pregunta también por qué tienen tanto empeño en pisotearla con tanto ahínco en el occidente asturiano.

¿Sabe, doña Mercedes? Me sobrecoge pensar que el Museo de Grandas se creó en 1984. ¿Le dice algo, literariamente, ese año?

¡Ay!