Se contaba en la Costa Azul a principios de los años 50 del anterior siglo. El rey Faruk de Egipto había sido depuesto por el general Nasser, con suficientes justificaciones. El monarca era un depravado y un delincuente. Mientras su pueblo padecía hambre y era presa de epidemias superadas, aquel tío gordo y cínico poseía una enorme fortuna, por supuesto en bancos extranjeros. Hurtaba cosas de valor en los lugares donde era invitado -le birló un reloj a Winston Churchill en su residencia oficial- y vivía a tiempo completo en la orgía y el despilfarro.

Le lanzaron al exilio, que en aquellos tiempos era la Costa Azul y se instaló en Montecarlo. Aparecía por el Casino, para disgusto de directivos y empleados, y cierta noche, jugando al póquer tapado, pujó fuerte y al declararse las jugadas, el oponente cantó un full de ases jotas. El ex monarca, sin mostrar sus naipes, extendió las manos para recoger el dinero sobre la mesa, exclamando: «Yo, póquer de reyes». Naturalmente el jugador y el crupier quisieron ver las cartas, se las arrebataron para comprobar que tenía sólo un trío de aquellas figuras. «Bueno -dijo- tres y conmigo, cuatro». Fue expulsado del Casino, lo que no impidió que, al día siguiente, volviera a sentarse ante el tapete verde. Pretendía que le creyeran bajo palabra, algo inimaginable en una timba.

No sé por qué extraña asociación de ideas he relacionado la historieta con la actitud de José Bono, personaje favorecido por la fortuna que está tomando -igual que Faruk- como ofensa que se dude de su palabra fiscal. Si ha amasado un respetable patrimonio ha sido por su buena suerte, la de su señora esposa e incluso la colaboración de una bella hija. No ha tenido inconveniente en abrir su corazón y sus finanzas ante el fiscal general del Estado, pero un pudor comprensible le impide presentar las cuentas en el Parlamento, como insidiosamente exigen sus malvados adversarios políticos.

«Lo dijo Bono, punto redondo», cabe deducir. ¡Qué deterioro de los tiempos y las costumbres! En todo este asunto se extraen algunas consecuencias. Una, la renovación de la importancia que tiene la familia, y lo irreversible que es la emancipación femenina. Ahora no se quedan con la pata quebrada y en casa, sino que se lanzan a las especulaciones más atrevidas, compitiendo en todos los órdenes con los alicaídos varones. Desde las respetadas Infantas, con sabrosos empleos, aparte de la posible cuota en la lista civil de la Zarzuela, hasta las esposas, hijas y hermanas de hombres públicos, que pueden dedicarse a su elevada función mientras tejen el futuro las avispadas familiares.

Si Bono dice que tiene póquer, créanle o no jueguen con él. Ya conocen el sistema.