Justo en ese momento, cuando empezaba a hacer efecto en mí el bombardeo promocional de TVE con la próxima participación de Daniel Diges en Eurovisión (ya saben, ese chico todo rizos que canta a lo pequeñito); cuando la canción se empezaba a pegar en mi cabeza, adiposa y edulcorada, apareciendo por arte de magia en el momento más inadecuado; cuando empezaba a ser consciente de que ya me sabía la letra sin haberme propuesto aprenderla, leí por casualidad que se proyectaba construir en Chile un telescopio gigante, y fue entonces, justo en ese momento, cuando algo pequeñito se desvaneció.

Bueno, para ser exactos, la información decía que el telescopio era extremadamente grande. Y no se trataba de una apreciación personal del periodista, sino que ese era el nombre con el que sus creadores, la Organización Europea para la Investigación Astronómica en el Hemisferio Austral, habían decidido bautizar este instrumento: «Telescopio Europeo Extremadamente Grande (E-ELT)».

El caso es que, al leer la información, no pude evitar pensar que el nombre del telescopio llevaba implícita cierta vergüenza. Como si los ingenieros y astrónomos que lo habían diseñado supieran que, en realidad, tampoco era necesaria tamaña dimensión.

Aunque puede que la mayoría de las veces el tamaño esté justificado, hay que reconocer que al humano, por humano, le gusta lo grande. La historia lo confirma y las modas lo avalan. El uso, muchas veces, es una cuestión secundaria. Es decir, que las ciudades crezcan en vertical economiza el espacio y rentabiliza el suelo, pero sobre todo, extasia los sentidos. Que los autobuses se dupliquen en dos pisos, los aviones contengan hasta tres filas de asientos o algunas asociaciones se empeñen, año tras año, en superar el récord de hacer la salchicha más grande del mundo, son cuestiones distintas con distintos objetivos, pero todas, por igual, llevan implícita un poco de esa fastuosidad que causa en los humanos lo que es sencillamente mayor que ellos. Mejor, si es mucho mayor.

Pero este invento, éste en concreto, justifica su tamaño porque, al parecer, va a revolucionar nuestro conocimiento del Universo. Veremos más de lo que nos rodea, aunque eso no quiera decir que lo vayamos a ver mejor. La mirada, en ultimo término, seguirá siendo todo lo pequeña que sea nuestra capacidad de interpretación.

Por eso pensé, al leer la noticia, que estaría bien construir un telescopio del mismo alcance, es decir, extremadamente grande, para que algunos se mirasen por dentro. Y no me refiero a una lupa de aumento que nos diga de qué estamos hechos, sino a un catalejo que nos acerque a aquello que somos pero que no vemos. Un telescopio extremadamente grande que nos ayudase a comprender los cambios de humor mañaneros, por qué después de tantos años mantenemos intactos los mismos miedos o por qué seguimos creyendo que no estamos solos en el Universo.