Las grandes fortunas son opacas, y cuanto más grandes, más opacas. Las grandes fortunas lo son por intangibles e imperecederas, y, desde luego, por no haber estado sometidas nunca al albur de los impuestos, y menos a los de carácter redistributivo y solidario. Las grandes fortunas, las grandes de verdad, las que rebasan «ampliamente» el millón de euros, y los diez, y los cien, y los mil millones, son, de una u otra manera, producto del expolio, de la conquista militar, de la exacción, de la confiscación de los bienes del adversario, de la usura o, como algunas procedentes de la Desamortización del XIX, de la compra masiva por tres pesetas de Bienes Nacionales. O sea, del robo. Y que no le hablen al que ha robado, como es natural, de que devuelva siquiera un poco.

Pero el «café para todos» practicado por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, que alcanzó cotas insuperables con el «cheque-bebé», merced al cual una multimillonaria recibía los mismos 2.400 euros que una madre en paro, amenaza sustanciarse de nuevo en éste gravamen que se anuncia para «las grandes fortunas». El gobierno y su Agencia Tributaria saben, como lo sabe todo el mundo, que a los muy ricos les suele salir negativa la declaración de la renta, como también que sus propiedades están inscritas a nombre de familiares o testaferros, y que sus dineros se hallan a menudo en paraísos fiscales, de suerte que el cómputo oficial de sus patrimonios, el de sus acciones, rentas, ingresos y posesiones, raro sería que alcanzara el millón de euros. Por el contrario, el modesto ciudadano sujeto a un salario normal que vive en una gran casa heredada de sus padres o de sus abuelos, y al que apenas le llega para su conservación y mantenimiento, será cazado sin piedad. Como también, por lo demás, el viejo profesional (médico, ingeniero, catedrático, agricultor...) que, tras una perseverante e intensa vida de trabajo y una probidad moral que le impidió ensayar chanchullos para eludir sus obligaciones fiscales, puede que rebase «ampliamente» el millón de euros, o sea, en veinte o treinta, suficientes para la voraz Hacienda en todo caso. Lo más probable, de cualquier manera, es que el gravamen no roce ni levemente a las grandes fortunas. No hay coraje, simplemente, para atreverse a rozarlas.