Al anunciar a todo el país la urgente necesidad de hacer un gran sacrificio, el presidente del Gobierno comenzó a desvelar la verdadera crisis. Hacía tiempo que para los españoles la situación económica era mala y tendía a ser peor. Pero la actitud del Gobierno, reacio a reconocer su gravedad desde el principio, provocaba desconcierto. En los últimos días, sin embargo, el discurso público de las autoridades ha coincidido con la percepción de los ciudadanos. El presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, ha manifestado a un semanario alemán que vivimos tiempos dramáticos, los más difíciles desde la I Guerra Mundial. La canciller Angela Merkel ha advertido de que el euro está en peligro. Felipe González teme que se esté incubando una nueva crisis por no haberse resuelto bien la que aún está abierta. El Gobierno español, azuzado por los principales líderes europeos, ha declarado el estado de emergencia nacional para justificar su paquete de medidas de reducción del déficit público. Ya no importa lo dicho por unos y otros durante los dos últimos años. La caída de bruces ante la crisis de la semana pasada nos ha permitido comprobar la envergadura real de nuestros problemas.

La crisis es económica, pero su solución, al menos en parte, no puede ser más que política. Una vez asumida la situación, lo importante es la respuesta del Gobierno y de la sociedad en general, las decisiones que se toman, su momento y su forma. Y al respecto, la opinión pública es clara en sus valoraciones desde hace algunos meses. La mayoría de los españoles considera que el Gobierno informó tarde y mal sobre la crisis, que su reacción ha sido lenta, improvisada y desacertada. El resultado de este estado de opinión es una desconfianza generalizada hacia Zapatero, cuya imagen pública aparece en las encuestas totalmente hundida. Con todo, el dato más negativo para su futuro es que una parte importante de los votantes del PSOE comparte estas valoraciones y se muestra cada vez más alejada del Gobierno. Lo peor para el país, no obstante, es que la desconfianza hacia Rajoy es aún mayor y que pocos esperan del PP, bajo su liderazgo, que sea capaz de hacer mejor las cosas. Para acentuar el clima de desánimo de la sociedad española, PSOE y PP esquivan el acuerdo, anteponiendo quizá los objetivos de sus estrategias electorales a las exigencias de la situación, y los sindicatos se preparan para protestar en la calle contra el giro dado por el Gobierno, sin descartar una huelga general.

Ésta es la cuestión. Estamos a mitad de legislatura, pasando los momentos más delicados de la crisis económica, a expensas de un Gobierno sin un plan de trabajo definido, al que la sociedad le ha dado la espalda, es posible que definitivamente, y con una agenda pública cargada de graves problemas sin resolver y competiciones electorales muy importantes. El cuadro presenta un panorama de crisis política, que reclama la atención de todos si queremos superar lo antes posible la otra crisis, la económica.

Apenas recuperados de la conmoción causada por la intervención de Zapatero en el Congreso, políticos y comentaristas dedican sus horas a pensar en lo que conviene hacer a partir de ahora, dando por hecho que el Presidente podrá resistir poco tiempo al frente del Gobierno. Los medios han recogido sus propuestas. Se barajan todas las posibilidades: elecciones anticipadas, moción de censura, cuestión de confianza, Gobierno de coalición, sustitución de Zapatero al frente de un Ejecutivo socialista... Las primeras parecen salidas bloqueadas. Es muy improbable que el Presidente convoque elecciones o se someta a una cuestión de confianza, a sabiendas de que casi con total seguridad saldría derrotado en ambos casos. Las elecciones, además, implicarían embarcar al país en una campaña de la que no obtendríamos nada de provecho y, por otro lado, no tenemos certeza alguna de que el resultado facilitara la formación de un Gobierno eficaz. El PP no está dispuesto en el momento actual a presentar una moción de censura, pues es consciente de que no tendría apoyos suficientes para que prosperara. Queda, por tanto, la opción de sustituir al presidente del Gobierno. Es la solución planteada por el líder de Convergencia i Uniò, Artur Mas. Su argumento es razonable. El crédito político de Zapatero, después de seis años muy difíciles en el poder, está agotado y es irrecuperable; el Gobierno muestra una conducción errática desde los inicios de la crisis, no acaba de enderezar el rumbo, y, sobre todo, ya no resulta creíble para la sociedad española. Por lo demás, el trámite del relevo sería breve, detalle no menor dado que la crisis económica española requiere un Gobierno en alerta permanente, como pudimos ver el fin de semana anterior. Además, en tal caso, la decisión ya no correspondería al propio Zapatero, sino al PSOE.

Ahora bien: ¿está hoy el PSOE dispuesto y preparado para tomar esa decisión? La pregunta es pertinente porque el partido avaló la lectura de la dimensión política de la crisis hecha por el Gobierno, que los españoles juzgan muy equivocada, y podría estar tentado a resistir, a la espera de poder aprovecharse de la debilidad de Rajoy y la mala imagen del PP. Sería una victoria pírrica, de escasa utilidad para el país. La crisis económica exige la respuesta enérgica de un Gobierno fuerte en el que la sociedad española pueda confiar. Y, sin abrir un largo período de interinidad en el país, ese Gobierno sólo puede venir de la mano de un nuevo Presidente.

El momento de Zapatero parece haber pasado. El enfado de la sociedad española no está motivado por un desacuerdo circunstancial con las medidas anunciadas por el Gobierno; sus causas son más profundas y está dirigido al Presidente, cuya imagen ha sufrido un deterioro muy rápido desde las últimas elecciones generales. La experiencia del final de Blair podría ayudar a comprender lo que esto supone. Estudiando las democracias avanzadas, José María Maravall ha encontrado que desde 1975 los partidos han sobrevivido en el Gobierno a sus líderes en numerosas ocasiones, es decir, que es frecuente que los presidentes abandonen el Gobierno antes que sus partidos, que continúan con otro líder. Esto ha ocurrido más en sistemas parlamentarios como el nuestro. De manera que el relevo de Zapatero por otro dirigente socialista sería una salida normal a la crisis política en la que estamos. Pero téngase en cuenta que es una solución válida hoy; mañana podría ser demasiado tarde.