Una conjunción astral, en este caso tan cierta como previsible -pura mecánica celeste- ha superpuesto hoy dos celebraciones capitales: la declaración de guerra a Napoleón por parte de la Junta General del Principado y la festividad de la Balesquida, así que por un lado una de las dos fechas más importante de la historia de Asturias -la otra, claro, es la batalla de Covadonga- y por el otro, la cita fundamental, aún en su extrema modestia, de la sociedad civil en estado puro.

De la historia de Asturias, decía, pero habrá que anotar de España porque los sucesos carbayones del 25 de mayo de 1808 firman una gran fecha nacional -en ese caso hay tres, la tercera es el Descubrimiento de América- y porque la Balesquida, la cofradía más antigua de España y quizá de Europa, es un hito también nacional aunque sus ecos apenas vayan más allá de unas leguas.

Qué interesante, de las tres fechas clave de la historia de España dos tienen rúbrica asturiana. Lástima que Colón no partiese de Avilés.

El caso es que Oviedo fue el escenario del nacimiento de España como nación política en aquella jornada en que entre revueltas callejeras se produjo la gran revolución: declarar la guerra al corso en nombre de España y de forma efectiva porque se acabó ganando. Y Oviedo sigue, año tras año, a cuenta de la Balesquida, demostrando que es una ciudad con unas características prácticamente únicas en el mundo, una capital imperial, como ya se ha dicho, y por eso con una sociedad civil sin par. Quizá de ahí que en y sobre Oviedo se desplegó, allá por 1934, la única revolución de corte soviético en la Europa occidental.

Sospecho que ni los propios carbayones son conscientes de la grandeza de la historia de Oviedo -cuenta, a mayor abundancia, con una de las dos reliquias más importantes de la cristiandad y, según cierta hipótesis, el idioma español nació aquí- o, quién sabe, quizá por humildad, fingen vivir en una ciudad del montón.