Decía Goethe que un oficio es un verdadero tesoro. Un seguro de vida en tiempos normales. Tras la revolución industrial y la disolución legal de los gremios, han desaparecido multitud de oficios, produciéndose una progresiva proletarización de la profesión artesanal. Y empezaba una desigual lucha contra el predominio de las máquinas. Una lucha entre la perfección y la funcionalidad. Desde entonces se han intentado trazar falsas líneas divisorias entre el artesano y otras disciplinas, incluso las más abstractas. Pero hacer es siempre pensar. Y en esa inevitable y compleja conexión entre la mano y el pensamiento se establece el territorio común de las más diversas habilidades, que empiezan como prácticas corporales. En definitiva, los fundamentos artesanales serían aplicables, por extensión, al artista, técnico, científico, médico, programador informático o al ejercicio de la paternidad? En todos estos campos, la artesanía se apoyaría en patrones objetivamente establecidos.

Richard Sennett (Chicago, 1943), prestigioso sociólogo norteamericano, analiza estas cuestiones en «El artesano», su ensayo más reciente y el primer volumen de una trilogía dedicada a la cultura material. También es autor de otras obras notables, entre ellas, «Narcisismo y cultura moderna», «El declive del hombre público», «La autoridad», «La cultura del nuevo capitalismo».

En principio, desde una posición ilustrada, Sennett evita el término creatividad para definir el trabajo del artesano. Por sus connotaciones románticas y metafísicas. Es posible que el término artesano sugiera un modo de vida que languideció con el advenimiento de la sociedad industrial, pero es una idea engañosa. En este libro se resaltan y se trasladan a nuestros días las mejores cualidades del artesano: un impulso humano básico, sólido, duradero, frente a lo que Zigmunt Bauman denomina modernidad líquida como metáfora de lo frágil, cambiante y efímero. La artesanía genera además la rutina, el hábito y la disciplina que conducen a la excelencia. La imaginación sería otro de los rasgos distintivos de la actividad artesanal. El tener que utilizar herramientas imperfectas o incompletas estimularía el desarrollo de destrezas aptas para la improvisación constructiva, compensando de este modo la inicial desventaja técnica.

Sennet plantea también las graves repercusiones éticas de la labor del artesano-científico. Y pone como ejemplo al físico Robert Oppenheimer . Comprometido a producir, con fines políticos y militares, la mejor bomba atómica que le fuera posible, Oppenheimer habría llevado sus habilidades técnicas hasta límites hasta entonces impensables. Por primera vez en la historia se quebraba la idea de un progreso indefinido, y al mismo tiempo se abría una etapa de incertidumbre para humanidad por el poder devastador de las armas nucleares.

Por último, Sennett defiende una actitud cooperativa en oposición a lo que considera una destructiva competencia individualista: un signo de los tiempos que corren. De cualquier modo, en la utópica tarea de construir un nuevo orden más racional, nada encarnaría mejor el valor del trabajo humano como esa excelencia artesanal preservada a través de los siglos.