El Gobierno tocó fondo, Zapatero se escondió detrás de la vicepresidenta Elena Salgado y el nacionalista Durán i Lleida suplantó a Rajoy en el ejercicio de la responsabilidad. A pesar de todo, el decreto ley se convalidó por los pelos. Es el resultado de una primera mirada a lo ocurrido este jueves en el Congreso, donde se rozó la tragedia, dicho sea como valoración del riesgo que corrió esa mañana la marca España.

La tragedia hubiera sido que las consabidas medidas de ajuste dictadas de aquella manera por el Gobierno no hubieran superado el filtro parlamentario. Esa fue la apuesta del PP al votar contra el decreto ley. De haber tumbado el decreto ya estaría más cerca del objetivo: tumbar al Gobierno en su momento de mayor debilidad política y parlamentaria. Pero la factura la hubiéramos tenido que pagar todos.

El riesgo era la deriva griega. Sin decreto ley convalidado en la sesión del jueves, la economía española habría quedado a merced de los especuladores. Se convalidó, como es sabido, por un solo voto de diferencia de «síes» sobre «noes», aunque todo pudo descarrilar por cualquier contingencia menor como una ausencia, una enfermedad, un despiste a la hora de votar o la indisposición de un diputado a última hora. El precio de la irresponsable apuesta del principal partido de la oposición era exponerse a recibir el golpe de gracia en los mercados. Algo bastante más delicado que el intento de acabar por la vía rápida con la carrera política de Zapatero.

Por higiene mental, en resumen, debemos distinguir la reyerta política nacional de la ineludible necesidad de aprobar el ajuste reclamado por la Unión Europea y los organismos internacionales. Y no cruzarlos, como hizo el PP, al entender que lo uno va cosido a lo otro. Nunca debió cruzarlos en coyuntura marcada por la apremiante e innegociable necesidad de escapar al asedio de los grandes especuladores en los mercados de la deuda. Eso no podía esperar.

Sí podía esperar, en cambio, la cacería contra el presidente del Gobierno. Legítima, de acuerdo, y propia de un partido a la conquista del poder. Pero eso lo pudo haber conciliado Rajoy haciendo lo que hizo ClU: reprobar duramente al Gobierno y abstenerse a la hora de votar en evitación de males mayores.

Rajoy pudo haberse abstenido sin renunciar en absoluto a su discurso reprobatorio de Zapatero y su Gobierno. No lo hizo y, en mi opinión, cometió un error de libro en quien aspira a gestionar los intereses generales. Cuando hay una colisión tan clara entre una cuestión de Estado y los intereses de partido, un aspirante al poder ha de saber dar un paso atrás.