El otro día cayó un árbol en una parroquia de la zona rural del concejo y los vecinos realizaron la llamada de urgencia correspondiente. Pero la sorpresa llegó cuando al lugar del suceso acudieron cuatro cuerpos de seguridad: Bomberos, la Policía Municipal, la Policía de la comunidad autónoma y la Guardia Civil. Vamos, que sólo faltó la Policía portuaria o el Cuerpo Nacional de Policía.

No hay que extremar el significado de este hecho, pero evidentemente da idea de que los recursos públicos se están yendo en personal con finalidades semejantes. Junto al árbol caído hubiera bastado la presencia de los Bomberos y de una dotación de Policía o Guardia Civil, por si era necesario arreglar el tráfico de vehículos o sosegar al vecindario. Sin embargo, hubo dos cuerpos que allí se presentaron y que probablemente dieron la vuelta sin haber podido aportar una intervención más o menos imprescindible.

Tal vez el gasto de esas cuatro salidas de servidores públicos -con dos innecesarias- suponga un consumo semejante al chocolate del loro, del que ya hemos dicho que no va a ninguna parte. Pero precisamente por eso -por no ir a ninguna parte- mejor que se quede en el bolsillo de los ciudadanos que pagan impuestos o en las arcas municipales, para ser destinado a asuntos de mayor necesidad.

Así andamos, por tanto, como si el dinero fuera fácil de ganar o de recaudar; y lo fue en cierta medida durante los años de las burbujas, pero ese escenario ha cambiado ya por completo.

Habrá quien vea en los ajustes del presente unas medidas transitorias, unas vendas que se podrán retirar al cabo de un tiempo, pero nada nos vendría mejor que los sacrificios ahora impuestos enseñaran a nuestros gobernantes que una sobriedad mantenida en el gasto público y un poco más de cabeza a la hora de organizar los servicios a los ciudadanos serían un bien verdaderamente perdurable.