Acabo de caer en la cuenta de que llevo semanas escribiendo de la crisis, los recortes y el déficit publico. Ingredientes que, a la hora de escribir un artículo, no tienen por qué restarle valor ni relegar a un papel secundario la palabra y la imaginación. Cierto que no, pero insistir en lo mismo aburre y antes de que se cansen, y me abandonen, había pensado cambiar de tercio y hablarles de toros. Bueno, más que de toros, de esa foto en la que aparece un torero con un cuerno que le entra por la garganta y le sale por la boca. Cuanto más la miro más me impresiona.

Cuentan los testigos que el toro retiró con rapidez el cuerno y el torero pudo salir del ruedo y ser atendido. Para que luego digan? Ya ven lo buenos que son los toros. Creen que se trata de un juego, que lo suyo es embestir haciendo como que tienen intención de hincarle un cuerno al torero pero procurando no hacerle daño.

Vaya valor, vaya lo que hay que tener para salir ahí y jugarse la vida, decía un señor mientras veía, por televisión, una corrida de San Isidro. No es por contradecirle, pero, para mí, de los dos que saltan al ruedo, quien más peligro corre es el toro. El torero sabe a lo que va, pero el toro piensa que va de fiesta. Ve todo aquel gentío y, al oír la música y los olés, se presta a seguir la broma para que el público se divierta. No imagina, ni por asomo, que van a matarlo. Cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Hombre, siempre hay alguno que no se fía ni de su padre y embiste a muerte desde el primer momento, pero son los menos. Otra cosa sería si los toros salieran advertidos de lo que viene luego. Si lo supieran, no quedaba un torero vivo.

Las corridas de toros, que tanto nos caracterizan y forman parte de nuestra cultura, escenifican la lucha entre la buena fe y el engaño. Casi siempre triunfa el engaño. Y, cuando no ocurre así, le echan la culpa al torero. Dicen que no supo hacer bien su papel.

El toro no sabe de qué va la fiesta hasta que no ha recibido un par de puyazos, tiene clavados tres pares de banderillas y está frente al estoque. Se lo decía a un amigo, mientras le comentaba la foto del cuerno y el gesto noble del animal, que no quiso ensañarse con el torero. Y ese amigo, bueno y noble donde los haya, estaba de acuerdo, pero, al marcharse, dejó una pregunta en el aire: «Oye, ¿no me estarás tú a mí toreando?».

Desde luego que no, contesté poniéndome serio y añadiendo que lo que pienso yo de ese toro lo hago extensible a otros animales que, por instinto, obran de buena fe. Lo sabían quienes escribían las fábulas, de ahí que los pusieran siempre como ejemplo. Lo malo es que los hombres ya no son, como decía Aristóteles, animales políticos. Eso era antes, ahora se han humanizado tanto que si alguno consigue meter el cuerno en el cuello de su adversario no hace como hizo el toro «Opíparo» con Julio Aparicio. Lo clava hasta el fondo.