La derecha política y mediática celebra con entusiasmo una curiosa descarga verbal del presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, que resume cabalmente las dos grandes paredes limitadoras del debate político nacional. Una, la debilidad de liderazgo de un Zapatero en horas bajas. Otra, las carencias del PP y su líder, Mariano Rajoy, para convertirse en la esperanza de quienes, incluido su partido, describen un escenario económico y político en peligro de ruina.

La verbalización de la diatriba de Griñán, en el transcurso de un debate parlamentario con el líder del PP andaluz, Javier Arenas, no pudo ser más lúcida ni más pegada a la realidad: «El hecho de que Zapatero sea malo no les convierte a ustedes en buenos». Frase jaleada por los adversarios de Zapatero, sin percatarse de que están jaleando una excelente manufactura verbal de la que no sale precisamente bien parado el PP.

Lo que ha hecho el presidente andaluz, sin pretenderlo, es ofrecer a los analistas la pieza que necesitan para explicar por qué la bajada del PSOE en las encuestas no se corresponde con una subida similar del PP, por qué sus votos parlamentarios pueden amontonarse con la izquierda y los nacionalistas en el rechazo al tijeretazo del Gobierno pero éstos jamás se alistarían en la causa de Rajoy, o por qué las pedradas de los propios dirigentes del PP contra Zapatero son escandalosamente más numerosas que los elogios a Rajoy.

Elementos amagados en el subidón que estos días parece estar viviendo el PP al entender que Zapatero es ya un presidente cautivo y desarmado. Se fijan sólo en una parte del fogonazo del presidente andaluz. Justo aquella que les permite sostener que Zapatero es un político amortizado, que el PSOE se está descomponiendo y que habrá desbandada ante una eventual convocatoria de elecciones generales, las que abrirían un camino de esperanza para toda la sociedad, según la persistente y reiterada exigencia del PP.

Además de la doctrina Griñán hay otros elementos ocultos en la euforia del PP. Algunos tan de sentido común como la verdad empírica, tantas veces verificada, de que las encuestas no ganan las elecciones. Que apenas acabamos de rebasar el ecuador de la legislatura. Que la estadística tomada de las urnas, no de las encuestas, ojo, juega a favor de Zapatero. Dos a cero, por ahora. Y que no es de peor condición intentar ganar las elecciones por tercera vez que arriesgarse a perderlas por tercera vez. Lo cual también es de estricta aplicación a un eventual debate interno del PSOE sobre la candidatura a la Moncloa. La operación sucesoria ya está en marcha por si se diera el caso. A este respecto conviene seguir los pasos de José Blanco, el hombre que controla el partido, maneja el poder inversor del Estado y está en las mejores condiciones de condicionar la voluntad del actual presidente del Gobierno.