Existe algún dentista bueno, barato, simpático y que no haga daño? Y, puestos a pedir, ¿alguno que no le pregunte cosas a uno mientras le tiene la boca abierta y llena de tornillos, agujas y tubos aspiradores? La gente se pasa la vida buscando ese estomatólogo, pues el Señor no anduvo muy fino al crear los dientes de las personas, y, como mucho, se puede acabar encontrando uno que sepa lo que se trae entre manos, que no pretenda enriquecerse de golpe con un solo empaste y que despliegue una simpatía arrolladora, pero que no haga daño, por mucho que casi todo el mundo afirme que el suyo no hace no hallará ninguno.

Un gobernante en tiempos de crisis brutal es como un dentista ante una piorrea avanzada, y si hay alguno bueno, barato y simpático podemos darnos, y nunca peor dicho, con un canto en los dientes, porque daño no hay ninguno que no haga.

Puede que el Presidente considere que las medidas que ha tomado contra los pobres, y las que piensa tomar, son necesarias en la actual coyuntura, e incluso puede que, efectivamente, lo sean. Pero ¿es que Zapatero tiene alma de estomatólogo, si es que los estomatólogos tienen alma, que a veces lo dudo? A Zapatero la economía le da por saco más que a uno, que ya es dar, y de ella tiene menos idea que uno, que ya es poco tener. A él lo que le gusta es el diseño social y la filosofía política, y en eso su formación, su honradez personal y su simpatía encuentran terreno, si no fértil, benigno, pero obligado por las circunstancias a sacar muelas sin anestesia, ¿por qué no ha dimitido, cual hizo Salmerón por no firmar una sentencia de muerte, le ha pasado los trastos a Rubalcaba, que tampoco sabe de economía, pero no le asusta, y con las mismas y sus promesas cumplidas («Mientras sea presidente, no recortaré...») se ha retirado para presentarse candidato en los próximos comicios? La gente creyó que Zapatero era el dentista bueno, barato, simpático e indoloro que andaba buscando. Le creyó. Pero ese dentista no existe.