Los mandatarios del G-20, reunidos este domingo en Toronto, tuvieron un ojo puesto en el fútbol. Los cuatro países implicados en los dos partidos de ese día pertenecen al gran sanedrín económico mundial: México, Argentina, Inglaterra y Alemania. No era cosa de perder el tiempo hablando de la tasa bancaria mientras se ponía en juego el honor de esas naciones en los campos de fútbol de la República Sudafricana. Así que, llegado el momento, sus respectivos mandatarios estuvieron más pendientes de la tele que de la crisis económica. Lógico.

Sería mucho decir que el paréntesis televisado -oportunamente televisado, interesadamente televisado- de David Cameron (Inglaterra) y Angela Merkel (Alemania) para seguir la retransmisión del choque de sus dos selecciones fue la metáfora de que el fútbol se comió el debate entre los expansivos y los restrictivos, entre los defensores del crecimiento y los defensores del equilibrio fiscal.

Pero si esa sospecha se generalizase en sus respectivos países no les importaría en absoluto a ninguno de los dos haberse prestado con la difusión de las imágenes en las que ambos aparecían juntos viendo el partido. Del mismo modo que no le importó a Zapatero que sus alusiones al Mundial de fútbol compitieran con sus comentarios sobre lo tratado en la cumbre de Toronto.

Lo socorrido en este punto es evocar la doctrina del «panis et circenses» formulada hace dos mil años por el poeta romano Juvenal. Era su forma de denunciar la costumbre imperial de comprar el apoyo político de los más humildes a base de espectáculos populares y sopa boba. Puede que algo de eso haya todavía, pero no me parece que esa doctrina populista, formulada por Juvenal, sea de estricta aplicación al Mundial de Fútbol ni a nuestra envidiada Liga Nacional. Lo uno, a escala internacional, y lo otro, a escala española, son hoy excelentes yacimientos comerciales. Cierto. Pero antaño el empeño en institucionalizar el fútbol fue la hermosa pasión de unos cuantos chiflados que se canalizó con muchas penurias al margen del poder político.

Yacimiento de intereses económicos, sí, también en España, como fácilmente puede comprobarse estos días en el cruce de lindezas que se dedican dos grandes empresas de la comunicación, Prisa y Mediapro, por cuenta de los derechos del fútbol televisado. Pero también es un yacimiento de emociones compartidas y no dictadas desde el poder como hacían los emperadores romanos.

Nuestro país se paralizó el viernes pasado, frente a Chile, y vuelve a paralizarse este martes, frente a Portugal. Bajo el poder hipnótico del fútbol en alianza con el sentimiento patriótico, el viaje de Zapatero al G-20 y la sentencia del Constitucional sobre el Estatut se quedarán en nada. Pero no hay pruebas de que el fenómeno haya sido planificado por el poder, como en los tiempos de Juvenal.