Desde hace tiempo, mientras desayuno, leo la prensa digital en un portátil de nueve pulgadas. La tecnología y su aplicación en el hogar han avanzado mucho. Antes no era así; hace años, entre bocado y bocado, me leía una y otra vez los textos de la caja de galletas. Tal vez aquello propició hábitos de lectura y de paso me quitó las ganas de leer ingredientes definitivamente, y eso que de aquella lo que había en la caja era (como dice un anuncio reciente) simplemente galletas de desayuno.

Si usted siente la tentación de comprobar los ingredientes de los alimentos en las etiquetas, le recomiendo que no lo haga. La vida es mucho más placentera si ignoramos todos los productos químicos y otros agentes, más o menos naturales, que ingerimos diariamente. Desde hace unas semanas, debido a la intolerancia al gluten de un familiar recientemente diagnosticada, no me ha quedado otro remedio que volver a recordar aquellas fechas en las que leer cajas y etiquetas era puro entretenimiento. Y así, en la búsqueda intensiva del gluten por los productos del frigorífico y los armarios, se puede encontrar de todo, porque, aunque uno ya ha aceptado estoicamente la convivencia con acidulantes, colorantes, emulgentes y almidones modificados, de vez en cuando aparecen términos con los que, al menos yo, no estoy familiarizada.

Los yogures de chocolate que tengo en mi nevera, sin ir más lejos, tienen, además de todo lo citado, ingredientes como «carragenanos» y «goma guar». No son los únicos. En los ingredientes de la mermelada, según dice su etiqueta, hay «goma de garrofín». Si le suena todo esto a chino como a mí, le cuento que no se trata más que de espesantes naturales.

En realidad, todo es cuestión de publicitarlo correctamente. El día que los oligoelementos o el bífidus activo comenzaron a ser protagonistas de anuncios televisivos, alcanzaron el rango de indispensables para tener una salud de hierro. Tal vez algún día anuncien a bombo y platillo que un producto tiene «goma de garrofín» si le encuentran alguna propiedad además de la de espesar. A día de hoy, el departamento de marketing correspondiente aprovecha la falta de conocimiento que tenemos los consumidores para colarnos cualquier cosa. Y, así, nos comemos promesas de vitalidad, regularidad o felicidad, productos que bajarán nuestro colesterol, enriquecidos con omega 3, supervitaminados y mineralizados, con fibra, soja o antioxidantes que nos hacen olvidar que, después de todo, lo que en realidad buscábamos en las estanterías del supermercado no iba más allá de unas simplísimas y humildes galletas.