Cuando una noticia luctuosa te golpea en medio de una celebración quedas conmocionado durante un buen rato, sin poder creértelo del todo e incapaz de pensar con claridad. Nuestro cerebro necesita un tiempo para procesar las tristes nuevas, para cambiar el programa. Después empezamos a reclamar información urgentemente. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Nuestros esquemas mentales se han roto y necesitamos datos para crear otros nuevos que nos devuelvan a la relativa seguridad de un mundo organizado. Cientos de versiones, bienintencionadas las más, imprudentes algunas, se extienden como aceite sobre el agua. «Sis» teñidos de reproche y «ojalás» cargados de lamentos se cruzan en el aire. Pero cuando el caos irrumpe en nuestras vidas y la fatalidad nos golpea con su brazo despiadado no cabe buscar explicaciones. Por eso, poco a poco, con la aceptación nos llega el dolor y la tristeza.

Todo eso sentimos cuando nos enteramos del fatal accidente sufrido por Luis Azcárate. Sorpresa, incredulidad, preguntas sin respuesta, relatos contradictorios y, al final, un intenso dolor y una profunda tristeza que necesitaba ser expresada y compartida. Luis era una buena persona, muy querido por todos los que le conocían, y era un cangués amante de su tierra, amigo de sus amigos y devoto de su peña y de sus fiestas. No podíamos permitir que se fuera así, en silencio, por culpa de una caída desgraciada. Él se merecía mucho más que eso. Era imprescindible que le mostráramos nuestro aprecio y nuestra solidaridad, y los cangueses lo hicieron de la manera en que mejor saben hacerlo.

Miembro fundador de la peña «La Esencia», Luis vio con sus compañeros los fuegos artificiales del día 15, pero ya no pudo ver a su lado la Descarga». El destino te tenía reservado otro lugar, al lado de todos esos cangueses enamorados de la pólvora que se han ido ya y que se asoman a las ventanas de nuestra memoria y de nuestros sentimientos cada 16 de julio. Desde allí sin duda habrá podido apreciar la magnitud del homenaje que le fue tributado. Cientos de tiradores, con las manos sudorosas y el corazón palpitante, fueron capaces de esperar, con disciplina y respeto, un largo minuto en silencio antes de empezar a tirar la Descarga, un acto sin precedentes en su centenaria historia. Y después, reunidos los que tiraron y los que no al lado de las máquinas, se guardó otro minuto de silencio para que todos pudieran mostrar su cariño. Estoy seguro de que Luis, allí arriba, se sintió tan orgulloso de haber formado parte de esta gente como nosotros, allá abajo, de que lo haya hecho.

Quedémonos con eso, concentrémonos en arropar a la familia y olvidemos las informaciones morbosas e ignorantes, las especulaciones gratuitas y las polémicas estériles. Todo lo que se haga por extremar la seguridad es poco, pero, en este caso, el dispositivo funcionó con una celeridad y eficacia irreprochables. Desdichadamente, todos los seres humanos tenemos una cita con el destino y, viajemos por caminos o por atajos, llegaremos allí a la hora en punto. A todo lo más que podemos aspirar es a seguir el ejemplo de Luis y dejar tras nosotros una trayectoria limpia y un montón de cariño para que nuestro recuerdo permanezca imborrable en el corazón de los que nos conocieron.